Llenar el frigorífico, misión imposible
Llenar el frigorífico no resulta estos días tarea fácil. Millones de rusos que llevan meses sin cobrar salarios de miseria están ya al límite, sobreviviendo gracias a las cadenas de ayuda entre parientes y a las patatas y tomates de los huertos de sus pequeñas dachas. Tal vez no haya hambre, porque no se ve. O tal vez la haya, y que la oculte este pueblo con uno de los mayores niveles educativos del mundo.Si las cosas estaban mal, la caída en picado del rublo y la desigual, pero generalizada, subida de precios las han empeorado hasta extremos insoportables. En un país cuyo producto interior bruto (PIB)ha descendido más de un 50% en apenas seis años, las carencias de su industria y su agricultura son suplidas con importaciones masivas que, marcadas en origen en divisas fuertes, cada día se pagan más caras.
El problema no es, todavía, el desabastecimiento, aunque un lento, pero progresivo, proceso de acaparamiento podría llegar a provocarlo. Lo peor, por el momento, es que los magros salarios y pensiones no alcanzan ya para muchos ni siquiera para adquirir lo más imprescindible.
Moscú, que concentra a la mayor proporción de nuevos ricos y miembros de la embrionaria clase media, es una excepción. Mal que bien, mucha gente se beneficia del hecho de que pase por la capital el 80% del flujo económico del país. Los salarios están por encima de la media y los dólares bajo el colchón abundan más que en cualquier otra parte de Rusia. Aunque el signo de la crisis sea la caza del dólar, estos días mucha gente no tiene más remedio que sacarlos porque sus rublos están en el banco, inmovilizados, o no le bastan para hacer la compra.
El cambio del rublo
De momento, no hay pánico. Quien quiera adquirir rublos puede conseguir al menos nueve por cada dólar, un 50% más que hace un mes. Y cuando compra con ellos leche, carne o fruta, se encuentra con que los precios, como media, no han subido tanto, aunque casi. En los lugares donde se marcan en dólares (aunque haya que pagar en rublos) se aplica un cambio incluso por encima de 11,5 por cada billete verde.Y lejos de Moscú, en la Rusia profunda, la gente aguanta como puede. Y, de momento, sin rebelarse. "Este pueblo tiene una paciencia de asno", dice Lébed.
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