Droga: el síndrome de la legalización
Creo que acierto si afirmo que el editorial Cumbre de la droga (véase EL PAÍS del 14 de junio) hace una muy coherente reflexión en torno a la llamada cumbre de la droga celebrada los pasados días 8 y 10 en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, y al propio tiempo se refiere a una propuesta externa a la propia cumbre -firmada por 630 intelectuales, entre los que se cuentan ocho premios Nobel- en la que sostienen los firmantes que los daños producidos por la criminalización son superiores a los que produce la propia droga.Llevo más de veinte años enzarzado en estudios exhaustivos y en detenidos análisis lo más profundos posible en pos de aportar un mísero granito de arena que ayude a solucionar este terrible problema, esta perniciosa lacra social de la droga; y he de confesar que es la primera vez que me asalta la duda de si la legalización de la droga sería mejor solución que las otras propuestas que están en su contra. Y digo esto por dos razones: una, que en esta ocasión el editorial aludido plantea de un modo responsable un debate sobre este universal problema desde un medio de comunicación, lo cual no suele ser frecuente; y dos, porque acaso esta propuesta avalada por tantas y tan relevantes personalidades del mundo intelectual pueda debilitar, cuando no derrotar, mi teoría del síndrome de la legalización.
Hace ocho años se celebró en Madrid un simposio sobre Tráfico de drogas y política internacional, y si bien es cierto que la práctica totalidad de los expertos se manifestaron en contra de la legalización de la droga, se alzó alguna voz, como la del profesor Nadelmann, de la universidad estadounidense de Princeton, a favor de dicha legalización. El citado profesor decía: "El número de crímenes, robos y atracos descendería; el crimen organizado que rodea al narcotráfico sufriría un golpe mortal, y la policía, los fiscales y los jueces podrían dedicarse a combatir otro tipo de crímenes de los cuales los ciudadanos no pueden defenderse por sí solos".
Coincide plenamente con mi teoría. Esto es, legalícese la droga para que, de esta manera, los drogodependientes, los yonquis, dejen de atracar, de asaltar, de robar, en fin, de estar inmersos en la delincuencia; no importa nada en absoluto que se sigan muriendo, que continúen matándose, como en la actualidad; ahora, eso sí, que no molesten, que no causen problema alguno a la sociedad.
De otra parte, decía el profesor Nadelmann: "Regulando la producción, distribución y venta de marihuana, heroína y cocaína, el Gobierno podría recaudar millones de dólares en impuestos, dinero que se destinaría al tratamiento de drogadictos..." La misma tesis que exponía la Joven Guardia Roja de principios de la transición a favor de la legalización de la droga. "Pedimos que su control quede en manos del Gobierno", decían. "Podría venderse en los estancos o en las farmacias y utilizarse los beneficios para hospitales de rehabilitación de drogadictos".
¿Se han dado cuenta? ¡Vaya planteamiento chusco! Es decir, que el Gobierno negocie en el mercado de la droga y deje a media España envenenada. Bueno, no importa; como los beneficios que genere este negocio, redondo y próspero donde los haya, van a ser cuantiosos, ya puede el Gobierno montar hospitales con dedicación exclusiva a desenvenenar a los envenenados- que queden vivos, naturalmente.
Fíjense qué sencillo. En fin, que ya cuando el simposio de referencia había una serie de ínclitos intelectuales, como los señores Savater, Escohotado, Aranguren, Gala, mi querido, genial e imprevisible primo hermano Fernando Arrabal, y el un tanto sesudo Julián Marías, que, para mí, estaban con el síndrome de la legalización. Ahora, no obstante, acabo de comenzar a sopesar si, en efecto, "los daños producidos por la criminalización son superiores a los que produce la droga". Ésta es la cuestión¨.-
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