Industriales y políticos dan su último adiós a Josep Riba Ortínez
El sepelio de Josep Riba Ortínez en Barcelona, al que acudió el presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, congregó ayer a personalidades de las élites políticas y civiles catalanas. La muerte de Josep Riba Ortínez a los 90 años de edad señala la extinción natural de toda una generación de hombres públicos -Joan Sardà y Salvador Millet i Bel entre ellos- que desempeñó un papel importante a partir del Plan de Estabilización de 1959 y sembró algunos de los principales pasillos democráticos del tardofranquismo. El recuerdo de Riba Ortínez va ligado para muchos al de su primo hermano, Manuel Ortínez, fallecido el año pasado en su residencia de Lausana, a orillas del lago Leman. Ambos representaron el último fogonazo del esplendor de los algodoneros. Precisamente en su etapa de empresario, Riba Ortínez fue el patrón de Hijos de Pablo Ortínez, SA, una empresa familiar de Igualada extinguida al compás de las primeras reconversiones que afectaron dramáticamente a la cuenca textil de Anoia. Uno de los episodios menos conocidos de la vida de Riba Ortínez fue su paso por la banca. Desempeñó el cargo de consejero en el Banco de Barcelona, la ficha decimonónica de Manuel Girona que prolongó la historia del Banco de Prosperidad, fundado mucho antes por Joan Pich i Pon, político lerrouxista, ex alcalde de Barcelona, comisario de la exposición Universal de 1929 y célebre en la ciudad por sus errores de léxico, popularmente conocidos como pich-i-ponades. En sus años de plenitud, Riba tomó parte en la regeneración de algunos foros civiles, como el Círculo del Liceo, y hasta asumió el papel de estratega en la sombra de la última junta liberal que ha tenido el FC Barcelona, es decir la de Montal, Carrasco y Carabén. Pero la principal contribución de Riba Ortínez se definió en su paso por la Cámara de Comercio durante la presidencia de Andreu Ribera Rovira con la unificación de las antiguas corporaciones de Comercio y de Industria en 1967. Riba involucró a algodoneros como Valls o Serra; a metalúrgicos como Riviere o Roviralta, y a químicos como Ferrer Salat y Bultó, e impulsó la Fira de Barcelona. Hoy, aquella unificación simboliza el final de la confrontación entre librecambistas y proteccionistas, y registra el primer gran aliento europeísta del empresariado catalán.
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