Tacones lejanos para el baile
Matilde Coral, bailaora antigua, maestra ahora, es una reina. Hasta posada sobre cualquier silla. Matilde Coral, bailaora maestra, recupera su verticalidad, levanta sus brazos, zigzaguea sus amplias caderas para marcar el movimiento del baile y sus alumnas observan, prendidas las caras de su elegancia. Cuando repiten el gesto aún están lejos del molde reflejado sobre el espejo del salón. El II Festival de Jerez organizado por el Teatro Villamarta ha extendido su programación sobre el baile flamenco a ocho cursos de nivel medio-alto. Alumnos de todos los continentes se han inscrito, atraídos por lo específico de sus enseñanzas y la calidad de sus maestros. Antonio Canales, Manuel Marín, Mario Maya y Merche Esmeralda, entre otros, se han prestado a estos menesteres. "Duelen, cariño, los riñones". Matilde Coral es reina, pero también algo madraza. Carina Nimitan, procedente de Rosario (Argentina), se ha doblado sobre la tarima. Se levanta y aduce un antiguo dolor de espalda, que parece haberse reproducido. "Es dolor, pero lo sobrelleva todo el corazón", afirma a su profesora. Su único pretexto en la vida es bailar y próximamente hará una prueba para el Ballet Nacional. Enjaezadas con la bata de cola, su difícil manejo es el pretexto del curso. Pudiera parecer baladí, pero sobre esta prenda Matilde Coral tiene hecha hasta una tesis. "El baile más femenino está ahí: en los brazos, en el cuerpo, en la cintura con quiebro. Hoy no se distingue al hombre de la mujer", se lamenta. Maite Gamoy es una de sus preferidas. Esta alumna de Biarritz (Francia) tiene montada una academia. "Bailo flamenco desde los 18 años, pero como quiero, desde hace cuatro", afirma. Se ha tomado el asunto como la búsqueda de la verdad, "la plasmación de los sentimientos nobles". "Para aprender lo de la bata de cola, tenía que ser con ella", dice Susana Snyder, natural de Nueva York. Muchas de las alumnas a los cursos de baile flamenco del II Festival de Jerez habían planificado su estancia en España para varios meses. Éste es el caso de esta norteamericana que, previamente, ha pasado por Madrid y Sevilla. Pero concluye: "Si quieres ser flamenco, tienes que venir aquí". Soili Heikkinen, finlandesa de Oulu, utiliza el baile no sólo como fuerza interior y belleza plástica, sino también para combatir el frío de su país. "El baile me da vida para aguantar los duros inviernos". Yayoi, japonesa de Nagoya, se siente atraída por "lo elegante y femenino" de la bata de cola. Su presencia forma parte del tópico. Otras han venido de otros lugares del país. La almeriense Anabel Veloso y la canaria Delia Rodríguez son algunas de las hispanas devotas de este arte. "He llorado. Es mucho para mí", asegura Delia. Será porque Matilde Coral había gritado durante las clases: "Olvídense de todo: del bien y del mal". No se puede definir mejor el baile flamenco entre tacones lejanos, entre semejante espiral de procedencias.
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