¿Qué hacer?
Era yo de los que pensaban que tanta ración de fútbol nos hartaría. Ahora empiezo a dudarlo mucho. A fuerza de recibir el mismo menú para la cena no existe cena ahora de verdad sin ese plato. La verdad no sólo se impone por sus propios medios, sino a través de los medios. Y la verdad, ahora, es que la expectativa de la velada se ha abastecido de un componente que, cuando desaparece, nada es igual. El fútbol repetido, cotidiano, incesante, ha invertido el fenómeno anterior. El domingo era un día bueno para los aficionados porque había fútbol, ahora el día es extraordinariamente inferior cuando no transmiten. No sé si el Gobierno prepara algo ante el bajón moral que la sociedad aficionada padece en una noche de ausencia, pero la jornada entera desde el amanecer se vacía si en esas 24 horas no hay fútbol. Con ello el malestar aumenta, los desequilibrios crecen y llega la pregunta leninista:"¿Qué hacer?". Los conservadores, ignoro si se percatan, han desencadenado una alienación que tiene toda la pinta de una bomba. Cuando a una sociedad se le entrega un derecho no es fácil jugar, después, al regateo. No sólo hay demasiado fútbol; la percepción es que los viernes presentan una irritante escasez que hace palmarios los graves defectos del sistema. Se creía que una dosis suplementaria atiborraría la demanda, pero la demanda se ha reproducido como las amebas en una solución nutricia. Ahora no sólo somos hinchas, sino especialistas cebados. No sólo sentimos afición, sino adicción. Hasta los 50 canales de lo digital pueden quedarse cortos ante la agigantada codicia por el partido. Goles, percances, noticias sabrosas, han configurado una esfera muy espesa fuera de la cual todo parece muy ralo o triste, vista la importancia que para el mismo organismo brinda un recreo que alivia de lo peor.
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