Un gran premio virtual
La carrera del Gran Premio de Francia, la semana pasada en Paul Ricard, fue diferente a todas las que he corrido hasta ahora. Necesitábamos un buen resultado y el circuito me gustaba; pero el sábado, en el último entrenamiento, sufrí una caída en la que perdí el conocimiento y me abrasé la espalda contra el asfalto. Me trasladaron a Marsella para realizar un escáner de prevención. Había recuperado la conciencia pero tenía el ojo izquierdo con poca visión, aunque el escáner confirmó que no tenía ninguna lesión importante, sólo un impacto muy fuerte.El domingo por la mañana, de acuerdo con mi equipo, decidimos salir a la carrera. Me infiltré la espalda para no notar el dolor de las quemaduras. Se puso el semáforo verde y empezó la carrera. Salí bien y, al verme delante, quise forzar el ritmo; pero mi cabeza quería y, no sé por qué, mi cuerpo no reaccionaba. A partir de ahí empecé a pasarlo mal. Notaba que no podía reaccionar y que mi concentración no estaba al cien por cien.
A partir de la tercera vuelta pensé en dejar la carrera, pero algo dentro de mí no me dejaba. A la vez, me sentía impotente al ver que no podía mantener un buen ritmo. A cada vuelta pensaba en abandonar. La verdad es que hoy todavía tengo lagunas sobre la carrera, no me acuerdo bien de todo lo que sucedió durante aquellas vueltas. Sólo puedo decir que fue una experiencia distinta, una situación en la que no había estado nunca.
No me acuerdo cómo transcurrió la carrera y eso significa que no me acuerdo de haber rodado casi a 300 kilómetros por hora y de haber estado tres cuartos de hora realizando maniobras arriesgadas. En ningún momento me mareé, y si hubiese visto que corría el riesgo de caerme, me habría retirado. Sólo sé que aguanté hasta el final y acabé decimotercero, y también que ha sido, sin duda, la carrera más dura de mi vida. En fin, una experiencia diferente de la cual espero haber aprendido algo, por lo menos a ser fuerte psicológicamente, pero que espero no repetir.
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