Debates electorales y democracia
La campaña electoral puede ser un momento adecuado para recordar ese virtuosismo asociativo de unos ciudadanos norteamericanos vertebrados frente a los poderes públicos. ¿Y qué diría un resucitado Alexis de Tocqueville, su glosador supremo, si comparase lo visto allende el Atlántico con lo que está acaeciendo en la España nuestra?Los debates televisivos entre los candidatos demócrata y republicano constituyen la esencia de la democracia en EE UU, llevando al filo del siglo XXI un halo de romanticismo de aquellas pioneras votaciones a mano alzada. Los ciudadanos recuperan el sentido de la democracia directa, permitiendo que su intuición pueda aflorar e influir sobre la decisión final. Y ¡eso es positivo!, más allá de la retórica del marketing electoral.
Un candidato a ocupar el Despacho Oval debe superar un test implacable: el debate televisivo. Esta tradición, que expresa la madurez de una democracia, permitió las victorias respectivas de Kennedy y Clinton sobre unos anodinos Nixon y Bush. Los consumidores del mercado electoral tienen derecho a comparar la calidad del bien que van a adquirir con su voto. Los norteamericanos desconfiarían de un candidato a presidente temeroso de afrontar el choque directo con un presidente que ya lo es. Las opciones políticas de Aznar resultarían penalizadas en un mercado electoral formado por votantes maduros. Este miedo escénico, comprensible desde los comportamientos estratégicos de la teoría de juegos, genera desconfianza entre amplios sectores de la sociedad española, que pueden comenzar a pensar que la alegórica España en "blanco y negro" no está tan lejos de la realidad. Además, aquellos equipos dé fútbol que intentan ganar un campeonato de Liga buscando el empate a cero resultan excesivamente anodinos.-
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