Los debates
Los líderes políticos han decidido que no haya debates en televisión. Ni uno, ni dos; cero. Los líderes políticos, aun no siendo ni presidentes, ni diputados ni nada, creen que lo pueden decidir todo, incluido el grado en que burlan los derechos de los electores. No hay debates en la televisión porque a unos les interesa que sean entre tres; a otros, entre dos, o no les interesa, en fin, que seamos testigos de sus ideas desvestidas en una confrontación. Prefieren, como a menudo se constata en sus declaraciones vacuas, que se les vote más por lo que cada uno les atribuye que por sus atributos reales. Actúan, en todo caso, de acuerdo con la insolencia que a ellos les conviene. Ellos preparan el montaje electoral y la sociedad ha de asentir sumisamente. Algo no marcha bien aquí. Los candidatos no son otra cosa que solicitantes de un voto y un empleo a nuestro cargo. Sin embargo, cuando uno va a solicitar un empleo no se conoce que tenga derecho a elegir las preguntas que se le vayan a plantear, ni con quién o quiénes ha de entrevistarse en la sala. Debe exponerse ante los otros para que, en vista de su actuación, se le pondere.Un debate cara a cara en televisión aporta una información valiosa que de ninguna manera se obtiene de los mítines y de los periódicos. Y este conocimiento es tanto más importante cuando los programas son cada vez más parecidos, y las personas, tanto más importantes para llevar adelante la gestión. Pero los líderes, uno más que otro a lo que se ve, no quieren que se sepa todo. Alguno preferiría que no se supiera nada. No quieren afrontar controversias, se niegan a que averigüemos lo suficiente sobre su capacidad para servirnos. De antemano, ocultan, ciegan la pantalla, se hacen los amos y, al parecer, incomprensiblemente, no hay nada que impida esta usurpación.
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