El Madrid baila al Estudiantes
Arlauckas hace gozar a su equipo del placer de aplastar a un viejo enemigo
, El Madrid bailó al Estudiantes. Pasó por encima de él y le tiró a la cara viejas cuentas pendientes. Era otras veces el cuadro colegial el que se agrandaba con estos enfrentamientos caseros, el que multiplicaba sus prestaciones para doblar la rodilla del rival, el que ponía su cuota de felicidad en manos del grado de tristeza de su vecino. Ayer, no. Ayer todo eso lo hizo el Madrid. Ganó, conservó intacto su liderato y disfrutó como nunca, hasta saciarse. Se revolcó en el dolor colegial. Aplastó a Estudiantes y lo dejó en el suelo, humillado.De salida, el choque tuvo más peso, arriba, en las butacas, que abajo, sobre el parqué. Sobre todo, por Estudiantes apareció fuera de sitio. Dibujó un principio horrible, con pasajes que anunciaban ya la tragedia: unos pasos de Orenga, un despiste de Herreros que se deja birlar la pelota por Coll, un globo al vacío de Jennings, dos tiros al aro de Herreros... Todo olía a blanco.
El Madrid contestó la aparición atolondrada de Estudiantes a paso lento, firme. Quiso el grupo de Obradovic dormir el juego, no dejar que cayera hacia el vértigo. Y, sobre todo, quiso el Madrid asomarse imprevisible, repartiendo por igual sus acometidas de lejos y de cerca. Fue un equipo variado en ataque: lo mismo exprimía por dentro a Savic: (sin duda favorecido por el talante ausente de Orenga), que abría el grifo por afuera, con Abad inspirado en los tiros de tres (cuatro de cuatro en el primer periodo). Un Madrid correcto, simplemente, que Arlauckas aún no había aparecido.
Llegó incluso a corregir errores Estudiantes, aunque no todos. Ganó a Herreros, y a Thompson, y a Azofra, todos a ráfagas, pero siguió sin Orenga. Sobre todo, Estudiantes siguió con la temperatura sanguínea equivocada. Estos derbys hay que conducirlos por la vía de la pasión, ir a ganarlos por las bravas. Y ése era precisa mente el terreno en el que mejor se manejaba el Estudiantes, el que más gloria había dado a su escudo. Eran otros tiempos. Fue esta vez el Madrid el que se dejó llevar por el carácter, el que vivió la cita con diez pluses de entusiasmo. Y Estudiantes el que se dejó morder, el que cedió, en los balones divididos, el que arrojó todos los complejos del mundo.
Tardó, el Madrid, con todo, en firmar el despegue. Caminó el primer tercio del partido sobre una renta escueta, la amplió algo después (51-44 al descanso) y se reservó para la segunda la fuga final, la fiesta: la humillación sobre un enemigo de lo más odiado, las canastas celebradas con excitación, los olés del graderío y todas esas cosas. Pocas veces había disfrutado el Madrid de un superioridad tan aplastante sobre este vecino.
La ceremonia madridista tuvo un nombre indiscutible, el de Joe Arlauckas. Fue el jugador que invitó a sus compañeros a probar el placer de pisar al rival. Fue el hombre que más empeño puso en redondear la noche con acciones espectaculares, casi mágicas. Fue el que menos disimulo puso en festejar cada secuencia blanca, el que brindaba desencajado cada canasta. Fue el que más afán puso en que el partido no acabara, en conseguir que el sueño se estirara un poquito más en cada jugada. Fue el que acabó con los mejores números (31 puntos, 10 rebotes ...). Fue Arlauckas, en suma, el dueño del partido. Y, por una noche, el ser más feliz de la tierra.
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