El vuelo de los hijos del asfalto
No ha defraudado una vez más la seriedad, rigor y buen hacer de los directores-coreógrafos de Danat, compuesto por Sabine Dahrendorf y Alfonso Ordóñez, que con Jinete de peces sobre la ciudad reafirman un estilo bastante personal y una manera intelectualmente densa de enfrentar el espectáculo de baile contemporáneo, una labor discreta y contundente que vienen haciendo desde hace años (recuérdese la calidad de su Kaspar o el gélido poema de Ottepel).Jinete... es un fresco de una hora de duración a base de viñetas de distinta extensión separadas por oscuros y por silencios en la banda sonora (como en aquel filme tan urbano de Jim Jarmusch: Extraños en el paraíso). El tema oscila entre la inspiración plástica aportada por El Bosco (el nombre de la obra hace sutil referencia a un detalle de El jardín de las delicias, si bien, allí, en la pintura, es un símbolo específico, en el trabajo de Danat es solamente pretexto plástico llevado al título), encontrando más de Italo Calvino y sus deliciosas ciudades invisibles. En cierto sentido, Calvino era también un pintor a la italiana: del detalle, del buen gusto y de las sombras extendiéndose sobre los personajes para aliñaros con misterio. Jinete de peces sobre la ciudad goza de esa condición misteriosa, sensual y atrayente, tal cómo es el pulso interior y secreto de una urbe moderna que atrae y rechaza, que humilla y adula al habitante consumidor marginal de su trama de ruidos y su urdimbre de asfalto, hierro y hormigón. Puede citarse la relación tangencial con otra obra fascinante y rara: Dodeskadem, un filme de Akira Kurosawa.
Danat Dansa
Jinete de peces sobre la ciudad: coreografía: Sabine Dahrendorf y Alfonso Ordóñez; escenografía:, Deborah Chambers; música: Los Gringos; vestuario: David Valls; luces: Evaristo Valera y S. Dahrendorf. Ciclo Danza en diciembre. Teatro Olimpia . Madrid. 21 de diciembre.
Buena articulación
Todo ello está dado en Danat por una creación muy bien articulada donde la coordinación es esencial. Los bailes de grupo están matemáticamente dispuestos tanto sobre la planimetría como sobre la vertical, y la alusión al trabajo en cadena o a la cinta continua de la escalera mecánica (frase que se repite a lo largo de la pieza) es de enorme eficacia escénica y da al espectador, con un grupo de apenas ocho bailarines, la sensación de tutti, de un cuerpo de baile numeroso y reglado.Cuando se separan los bailarines y adquieren individualidad, hay de todo: el triste, la pareja que lucha, el grupo que se abre (hermosa alusión al pelele, con arriesgada evolución acrobática), la tanática gama -y típica- de los hijos de la noche.
La utilitaria escenografía y el vestuario (demasiado civil y gris) cumplen, aunque el baile los supera en poesía, originalidad y pulimento. La música es un hábil juego también de fuerte impronta e inspiración citadina que culmina con el registro de un tema popular callejero que recuerda, aún tras el proceso electrónico, un pasodoble con voces y acordeón. Esa música tierna y lejana llega en el momento justo, cuando el ánimo desolado del espectador lo necesita. Así, el final es un brindis simbólico tras la lluvia de arroz (cercano a Bausch, lo que refleja una buena influencia ilustrada) donde una bailarina evoluciona sola sobre ilusorios charcos. No hay otra alegría (ni posibilidad) que escapar tras un telón púrpura. Los creadores advierten que ha sido una ficción, que se cierran los batientes del tríptico (la escenografía lo forma así), pero que esa ciudad, como un implacable Moloch, sigue tragando cualquier grito, cualquier salto: la polis poluciona las almas sin remisión.
La calidad de los bailarines de Danat está fuera de todo cuestionamiento. Saben lo que es riesgo y entienden el tipo de movimiento que les exigen Sabine y Alfonso; éste último, con un físico duro y acerado que ha madurado muy bien como, instrumento de expresión.
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