La eficacia del placer
Un minuto y 27 segundos tocando la pelota hasta llegar al gol, debe ser récord del mundo. 31 toques seguidos también deben de entrar en alguna galería de acontecimientos memorables. Pero lo que a mí más me llama la atención en el segundo gol de Holanda frente a Irlanda es la convicción futbolística. Ganaban uno a cero solamente y el peligro de algún cabezazo irlandés, de alguna jugada a balón parado, de alguna casualidad, podría haber desvanecido la ilusión de la Eurocopa para los holandeses. Sin embargo, en vez de atrincherarse y tirar los balones afuera, hacer tiempo con cualquier otra artimaña, dejar que los últimos 10 minutos los consuma la nada, Holanda abrió bien el campo y tocó. Tocó y tocó como lo hacían los buenos equipos brasileños en tiempos en que los equipos brasileños defendían su identidad playera y carnavalesca, cuando Romario no era una excepción.El segundo gol de la selección holandesa frente a Irlanda en Liverpool tiene que entrar en la historia del buen fútbol, para cuando alguien pregunte qué es jugar bien. La pelota iba y venía de un lado al otro, de atrás hacia adelante y de adelante hacia atrás, todas las veces que fue necesario, pero todas, sin precipitaciones, sin ansiedades, sin urgencias, hasta diría que disfrutando de la situación, del fútbol.
Frank De Boer recibió el penúltimo pase, y entonces apareció Ia jugada que siempre aparece si uno tiene la precisión y la paciencia de los holandeses. De tanto ir y venir detrás del balón, sin poder tocarlo, los irlandeses le dejaron el espacio de un parque a Kluivert. Cayeron en la distracción y en la desesperación. Se olvidaron de las marcas, de los espacios y, sobre todo, de Kluivert. Llegó solo al último toque sutil de Frank De Boer y se encontró con la pelota que los irlandeses veían pasar sin poderla agarrar, como cantan las hinchadas en Buenos Aires, o mejor dicho, como cantaban las hinchadas en Buenos Aires, cuando sus equipos estaban en dominadores.
Se encontró el balón delante, botando suavemente y el portero saliendo para evitar la estocada final. No pudo Kluivert, que lo tenía justo enfrente, se fue un poco hacia la izquierda y después la tocó, también, con delicadeza, para no estropear la fenomenal jugada, por encima de su cuerpo, y el fútbol se reencontró con su esencia, su fundamento, su hermosura. Además, hubiera sido injusto que la Eurocopa 96 se privara de un equipo capaz de hacer un gol, después de tocar la pelota 31 veces y tenerla en su poder un minuto y 27 segundos.
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