Escándalo y policía
Soy una ciudadana madrileña que soporta, como tantísimos otros, las abundantes incomodidades de la gran ciudad. Sin embargo, aún no he perdido la esperanza de que el respeto mutuo mejore, en mucho, la convivencia. Para nuestra desgracia, este respeto se viola con frecuencia.Así ocurrió, por ejemplo, el domingo por la noche en un parque municipal situado en la calle en la que está mi casa. Varios grupos de jóvenes se insultaban mutuamente cantando a viva voz en el silencio de la noche. Cantaban, gritaban, bebían y se divertían sin reparar en el escándalo que estaban produciendo. Consideré que no. estaban en condiciones de dialogar y, aunque fui despertada por sus gritos, decidí esperar a que se marcharan. Como esto no ocurría y la noche avanzaba irremediablemente hacia un lunes laborable para mí, llamé a la Policía Municipal para dar cuenta del escándalo y pedir que protegieran mis derechos de ciudadana. Un agente me contestó que, "si era posible", acudiría al lugar un coche patrulla. Sorprendida, colgué el teléfono sin entender del todo por qué no era posible que la policía ejerciera una de sus obligaciones. Cansada de escuchar los desagradables cánticos que se dedicaban los jóvenes con tanta pasión, y después de haber transcurrido una hora u hora y media, volví a Llamar a la policía. Recibí, de nuevo, la negativa, matizada por la vaga promesa de que irían si les quedaba algún hueco. Ante mi insistencia me comunicaron que otros vecinos ya se habían quejado, que lo sentían mucho, pero que tenían otras cosas más importantes que hacer. Y adiós, señora, buenas noches. Quedé muy contenta, eso sí, de que el agente con el que hablé por teléfono lo sintiera tanto.
A las cuatro y media de la madrugada los jóvenes se dispersaron libremente, como libremente habían molestado durante toda la noche al vecindario sin que nadie les pusiera inconvenientes. Por supuesto, la policía no apareció. Pienso que los vecinos no somos los que tenemos que poner orden en tales grupos ultras, pues su peligrosidad es bien conocida; pero sí pensaba -ahora ya lo pongo en duda- que la policía tenía el deber de atender aquellos aspectos que pongan en peligro la vida y la tranquilidad de los ciudadanos. Mi esperanza decrece cada día al comprobar que las normas urbanas esenciales se burlan con asombrosa facilidad, tanto por parte de ciudadanos carentes de un mínimo civismo como de las autoridades competentes, que cada vez son menos autoridad y menos competentes.-
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