Diversidad universitaria
Ha finalizado el curso académico en la antigua Facultad de Derecho de la Autónoma, y puedo asegurarle que no será un año que olvide fácilmente. Pertenezco al puñado de estudiantes de Filología que conviven en ese edificio con otros, de cinco carreras diferentes, sobre todo de Magisterio (EL PAÍS, 15 de junio de 1995), y en honor a la verdad, he de decirle lo contento que estoy de que, tras numerosos traslados y protestas, hayamos ido a parar ahí. Si la prensa ofreciese una visión fidedigna de lo que está ocurriendo en nuestras universidades, sin duda nos alarmaríamos del incremento en la competitividad, la falta de compañerismo y la soledad de los estudiantes que se ha venido produciendo en los últimos años, y dentro de este desolador panorama considero la Facultad de Filosofía y Letras (pues dentro de su marco nos hallamos) una isla de "utopía" (Rex dixit) en la que da gusto refugiarse. El clima de convivencia entre carreras tan dispares es cuando menos envidiable; los estudiantes se reúnen en los pasillos a hablar y beber independientemente de su filiación académica, por todas partes se oyen risas compartidas secundando las palmas y cantos (dignos de elogio) de los futuros profesores, y asomarse a la ventana supone casi siempre encontrarlos jugando al corro de la patata u organizando una fiesta en la que, por supuesto, todos serán bienvenidos. Podría decirse que, inmersos en este status, lo más difícil es dejarlo todo para ir a clase. Teniendo en cuenta que la Universidad no es sino un reflejo dd la sociedad, me alegra sobre manera asegurarle que vivo en una sociedad abierta, tolerante, alegre y permisiva, así que... ¡viva el mestizaje!-
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