Tan correctas
Fascinado desde siempre por las chicas y su mundo -de todas las aventuras de Enid Blyton, ninguna aprecié tan intensamente, tan oscuramente, como las del internado Torres de Malory-, hojeo siempre que la ocasion se presta las revistas que propiamente les atañen. Las últimas investigaciones, puestas en su pertinente verificación dialéctica, me han procurado algunas conclusiones. La primera es que el ruido del diseño no permite, como otrora, que el mensaje primordial de esas revistas llegue con nitidez al receptor. Aclararé eso con palabras prestadas: "Cuando una chica como yo ve un traje de chaqueta en la revista quiere saber, sobre todo, cómo es el traje de chaqueta, su color y su corte. Y me irrita que el fotógrafo haya decidido hacer de mago con el traje de chaqueta, es decir, que haya decidido evaporarlo". La segunda conclusión atañe al sexo: nunca vi nada igual. El sexo como gimnasia y sobre todo la pasión como gimnasia ocupan el centro de sus preocupaciones mediáticas. Lo empalagoso, lo terriblemente empalagoso, es que toda su prosa sobre el particular viene precedida por dos palabras inevitables: lección o receta. O sea, aula y cocina. La última conclusión, por el momento, afecta a la creciente presencia entre sus páginas de reportajes centrados en la desgracia varia de este mundo. Reportajes con la solidaridad como asunto, cuanto más lejanos geográficamente, mejor; cuanto más indiscutibles, mejor. Reportajes para sentirse pulcramente conmovidas. Del antiguo figurín renegando, con el sexo en el gabinete y al tanto, emocionadas de lo que pasa en el mundo, esas chicas de revista son hoy el emblema de la political correction (PC: qué presencia vertebral de estas siglas en el siglo, desde el partido comunista hasta el personal computer). Yo creo que correctas lo fueron siempre: pero me deja perplejo su obstinado empeño en no dejar de serlo.
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