Corazón

Existen todavía muchos jóvenes que entrelazan sus manos para crear una corriente humana en favor de algo noble. Se encadenan frente a las centrales nucleares, duermen en tienda de campaña en la acera de un ministerio exigiendo la ayuda al Tercer Mundo, se declaran insumisos, se manifiestan contra la guerra, se apuntan como voluntarios en organizaciones que llevan la solidaridad a cualquier rincón del planeta, defienden a las ballenas, aman activamente la biosfera, redactan manifiestos contra la xenofobia, creen en la igualdad de los seres humanos, recogen firmas contra la última injusticia y aún les queda tiempo para anillar aves o cultivar hortalizas sin fertilizantes. Es repugnante la sonrisa tecnocrática con que obsequian a estos jóvenes los adultos desencantados que un día fueron tan puros como ellos. Por fortuna, el corazón de cierta juventud se renueva siempre por su parte más noble. Ese espíritu es el último fundamento de esta sociedad. Tiempo tendrán estos jóvenes de desarrollar la tripa y convertirse en unos reaccionarios como sus padres. A pesar de la marea neoliberal que ha inundado la historia, sigue siendo antiestética la imagen de un joven egoísta. Por muy encorbatados que vayan, por mucho Patrol y Rolex prematuro que luzcan, por muchos marranos que maten, por mucho fijador que lleven, por mucho master que estudien, estos pijos manchesterianos tostados son menos actuales que los nuevos barbudos con coleta que trepan por el entramado del Palacio de Congresos y arrojan octavillas sobre las calvas apostólicas de los representantes del Banco Mundial, y compara dos con los ecologistas que interceptan el paso de un petrolero con una zodiac, esos chulitos de camisa a rayas y gemelos de oro, de yugular agresiva y palpitante son una antigualla. Pero hay algunos seres mucho más pasados de moda todavía: son los adúltos que fueron un día unos progres de molde y que ahora contemplan con una sonrisa de Chicago la lucha de estos jóvenes con el corazón por su propia utopía.
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