Ya no hay antídotos

LUIS GÓMEZEl 1 de julio de 1995, las carreteras de Francia serán escenario de un nuevo reto del español Miguel Induráin. La organización del Tour había buscado inútilmente un antídoto entre el pelotón internacional. Su interés por limitar la gloria de Induráin, una actitud que contradecía abiertamente la ejemplar generosidad con que se ha comportado el Tour desde su nacimiento, le condujo al doble error de cálculo de 1994: primero, considerar que el suizo Rominger respetaba el retrato robot de quien podía dar réplica al navarro; segundo, deducir que una ración extra de kilómetros y montañas acabaría con el más fuerte, un razonamiento pueril puesto que esa sobredosis estuvo a punto de convertir el colorista paseo protocolario por los Campos Elíseos en un patético desfile de medio centenar de sobrevivientes, naturalmente al mando de Induráin. El Tour tomó nota de la magnitud del posible desastre y no quiere arriesgarse a perder 60 corredores de un plumazo en una etapa.

Así que el Tour vuelve a donde solía en 1995. El diseño es el clásico: cuatro finales de montaña y no menos de 100 kilómetros contrarreloj. Si ha de ganar Induráin, que gane. Si es el mejor, ahí está el Tour para vestirlo de amarillo. En 1995, además, no hay una necesidad de fabricarle rivales artificialmente porque los tiene de antemano: se llaman Jacques Anquetil, Eddy Merckx y Bernard Hinault, los únicos que han ganado la prueba cinco veces, aquellos con quienes competirá en la imaginación de los aficionados.'

Y el Tour de 1995 saldrá de Bretaña el 1 de julio barnizado de detalles para mayor gloria de Induráin. Entre ellos que, si el tiempo no lo impide, será por entonces el único ganador del Tour en activo tras las retiradas en los últimos tiempos de Roche, Fignon, Delgado y posiblemente LeMond.