Schuur íntima

Stan Getz lo sabía todo acerca de afinaciones, timbres y demás características vocales, pero lo que le llamó la atención de Diane Schuur no fue ningún frío parámetro técnico, sino cualidades tan intangibles como la pasión o el sentido del drama. El saxofonista se fue a la tumba cargado de razón.

Pero tanto él como sus incondicionales, no sospechaban que había otra Diane Schuur. Precisamente la que actuó en el Círculo de Bellas Artes. Una Diane Schuur íntima y directa, apoyada tan sólo en el escueto acompañamiento de un bajo, una batería y su propio piano. Más que suficiente, incluso se diría que excesivo. La voz lo podía todo. Llegaba limpia y potente, con un grave noble y un agudo algo histriónico pero simpático que se enseñoreó del blues, de enormes baladas y de piezas baladíes. El deseo de agradar de la Schuur palpitaba con candor juvenil ante la fervorosa respuesta del público.

Sin duda se le presenta un futuro risueño, pero, para madurar y justificar plenamente las expectativas, quizá le falta aligerar voluntariamente su equipaje expresivo, centrar su repertorio en materiales de peso y eludir cándidas demostraciones de cara a la galería.