Riesgo calculado
En determinados círculos la llaman jazz de frontera y casi todo el mundo le atribuye una decisiva influencia europea. En su base no está el blues, sino Bach y sus consecuencias; por lo general, prefiere moverse sobre una métrica despojada del matiz indefinible del swing. Cuando toma, no sin reparos, ciertos fragmentos de raíz afroamericana es para modificar su naturaleza con intensivos tratamientos de decoloración. Se la puede llamar, simplemente, nueva música improvisada.En realidad, no es tan nueva. Los artistas que pisaron el escenario del Teatro Monumental forman parte de una familia musical inquieta y abierta, confortablemente alojada desde hace años en el epicentro del radio de acción del polifacético sello discográfico ECM. Se trata de cuatro instrumentistas portentosos, dueños de un elevadísimo nivel técnico y una sensibilidad indiscutible. Mientras ejecutan sus solos dan la iompresión de estar siguiendo escrupulosamente alguna oculta partitura mental. El riesgo que siempre implica la improvisación parece, en su caso, del todo calculado: su red salvadora se tensa sobre un asombroso sentido de. la estructura.
Pedro Ojesto Trío / John Surman, Paul Bley, Furio Di Castri, Toni Oxley all stars
Pedro Ojesto (piano), Francisco Pose (contrabajo), José Vázquez Roper (batería). / John Surman (saxo soprano, clarinete, bajo y flauta), Paul Bley (piano), Furio Di Castri (contrabajo), Toni Oxley (batería). Teatro Monumental. Madrid, 26 de marzo.
Formas barrocas
El saxo soprano de John Surman sirvió el primer monólogo de la sesión. Versó, fundamentalmente, sobre la vigencia de las formas barrocas en nuestros días. A estas alturas, es difícil que el británico sorprenda, pero todavía cautiva la nobleza y exquisitez de su sonido. Volvió a recrearse en estas virtudes con el clarinete bajo (calzado con una nada común boquilla de cristal), en un dúo con el magnífico contrabajista Furio di Castri.La energía y originalidad tímbrica que Tony OxIey desplegó desde su batería, cuajada de elementos inusuales, devolvió el concierto a lo terrenal. Luego, de nuevo hacia arriba. En su turno, Paul Bley hizo levitar el piano con un diáfano ejercicio para la mano izquierda, barroquizado después con líneas y acordes de una rara vehemencia, de un lirismo hermético y algo distante. El canadiense hizo hablar al teclado con solemnidad de catedrático, con un punto de grandilocuencia algo molesta en un músico que tantas veces ha demostrado poseer un instinto infalible para rastrear la esencia y para encontrar el caminó más corto hacia la emoción. No pareció muy dispuesto a quemar calorías musicales en esfuerzos suplementarios. Dos piezas con el grupo al completo insistieron en la búsqueda de sorpresas. Dieron con algunas ya plasmadas en discos, como Adventures playground o In the evenings out there.
Abrió la noche el pianista Pedro Ojesto en una breve muestra de un concepto de trío con mucho camino por recorrer.
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