"Pasé mi infancia sobre los leones de las Cortes"
Es una mujer con pedigrí castizo. Hija, nieta y bisnieta de madrileñas de pura cepa que no reivindicaron nunca la ciudad como algo propio, sino como algo abierto. Sólo se deja delatar por el acento y por los toques de una nostalgia que la devuelven a los años cincuenta, cuando las Cortes eran sólo un edificio estéril donde la niña Marta se tostaba, cada tarde, al sol de los leones. A mediados de los setenta, y tras dos años de viaje por Europa, regresa a Madrid con dos idiomas en el bolsillo, múltiples experiencias y ninguna vocación reconocida. Poco a poco, la casualidad y el trabajo le van poniendo en el camino de la profesión. Después, Almodóvar la convertiría en sufrida-hija-de-pervertido-tintorero en Laberinto de pasiones, y el programa televisivo Cajón de sastre la haría popular en la calle. Ahora, a sus 43 años, no tiene problemas para alternar la televisión o el cine con el teatro, donde ha sido capaz de coproducir un proyecto, Carcajada salvaje, del que se siente muy orgullosa. Su último trabajo, a las órdenes de Luis García Berlanga, empapela estos días las carteleras de la ciudad. Se trata de Todos a la cárcel
Pregunta. ¿Cuál es su papel en esta película repleta de protagonistas masculinos?
Respuesta. Es verdad, es una película con muchísimos hombres. Yo soy la secretaria de Sacristán, que se llama Quintanilla y es una especie de "quiero y no puedo". El organiza un mitin en la cárcel a favor de los' presos de conciencia, y ésa es la excusa que nos lleva a todos a la cárcel. Soy la típica secretaria trepa qué intenta sacar comisión de todo; en realidad, somos dos mindundis que intentamos trepar como podemos...
P. El rodaje ha durado más de mes y medio. ¿Cómo ha sido su experiencia en el interior de una prisión?
R. La verdad es que llegué el primer día aterrada. Que el hombre trace en su mente encerrar a otros o matarles en algunos casos me parece maquiavélico, y es una de las cosas que más me afectan. Me preguntaba si sería capaz de soportarlo, y después, con todo ocupado por los técnicos, los maquilladores, las cámaras, cobra otro sentido. Aun así notaba el peso cada día al entrar, cuando la puerta se cerraba por detrás, ese ruido...
P. ¿Y el trabajo con Berlanga, ese gran cineasta que se reconoce misógino y al que acaban amando todas las actrices que han trabajado con él?
R. La verdad es que no he notado nada que me tratara a mí de manera diferente a Saza, por ejemplo. Es un hombre que está muy en su mundo, en su nube, pero lo controla todo dentro de esa nube; controla desde el anillo que llevas hasta si el collar es tuyo.
P. Es su primera película con Berlanga.
R. Sí, nunca antes había trabajado con él, y me siento muy honrada de que me incluya en su circo, entre sus actores. Son como un clan, se conocen todos y la mayoría son de toda la vida; yo soy de las pocas nuevas.
P. Ha sido la televisión, con el programa Cajón de sastre, la que la hizo popular. ¿Qué piensa de la televisión?
R. Pienso que el juego está así establecido y no seré yo quien lo cambie. Hacer televisión te puede servir para que te contraten después en una película o en una obra de teatro.
P. Si pudiera elegir entre las tres...
R. Me queda ría con el teatro sin dudarlo. El cine también me gusta mucho, pero al final está el montaje, y quieras o no es el director el que realmente tiene la película en la cabeza, mientras que en el teatro los ensayos son un proceso desde cero; tú estás todo el tiempo participando, y eso te da más seguridad y más placer.
P. ¿Cree que hay un sentir madrileño?
R. Para mí, ésta es una ciudad de aluvión donde no te importa nada de dónde venga el otro. Aunque mis recuerdos, mis raíces, están unidos a Madrid. Yo nací al lado de la carrera de San Jerónimo, donde mi familia materna llevaba una tienda popular en aquella época, la Perfumería Inglesa,
P. De entonces, ¿qué se ha quedado en el camino?
R. Se han perdido muchas cosas. Esta ciudad está ahora muy machacada. Es una canallada, por ejemplo, que no haya bulevares y que el coche sea dueño de la ciudad, algo que no ocurre en París o en Londres, ni siquiera en Nueva York.
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