Los conservadores británicos pierden de forma humillante un escaño que mantenían desde 1910

Los conservadores británicos sufrieron el jueves un tremendo revolcón electoral. Sabían de su impopularidad y daban por segura la pérdida del escaño de Christchurch, que habían dominado ininterrumpidamente desde 1910, pero confiaban en que la derrota no fuera humillante. Lo fue. Su candidato no alcanzó ni la mitad de los votos obtenidos por la ganadora, la liberal-demócrata Diana Maddock. El primer ministro, John Major, admitió ayer que el resultado fue "muy decepcionante". La Regada de las vacaciones parlamentarias salva a Major del acoso de los suyos.
Para el centrista Partido Liberal-Demócrata, Christchurch supuso un hito más en su avance por el sur de Inglaterra, la cantera de votos que ha mantenido a los tories en el poder durante los últimos 14 años. Aunque las elecciones parciales, en las que se sustituye a los diputados fallecidos durante la legislatura, son especialmente sensibles al voto de protesta antigubernamental, empieza a dibujarse una tendencia general preocupante para los tories.En mayo, los liberal-demócratas mostraron un avance espectacular en el sur: ganaron las elecciones locales y ganaron la elección parcial de Newbury. El jueves, los mismos liberal-demócratas se hicieron con Christchurch. La antigua Inglaterra azul, color de los tories, se está volviendo amarilla, color de los liberal-demócratas. Escocia y el norte inglés siguen siendo rojos, color laborista.
La, nueva diputada liberal-demócrata, Diana Maddock, una maestra de 48 años, dijo ayer que su victoria suponía algo más que un tropezón para los conservadores. De los 23.000 votos con que habían ganado arrolladoramente el escaño de Christchurch en las elecciones generales de abril de 1992, habían pasado a sólo 16.700, frente a 33.000 para los liberales-demócratas. Una histórica vuelta a la tortilla. "Esto no es una simple protesta, es un ultimátum popular", afirmó Maddock. "El resultado de esta elección obliga a John Major a elegir entre dos opciones: o cambiar de políticas, o cambiar de empleo".
John Major aseguró, sin embargo, que no cambiaría nada. Ni siquiera la prevista imposición de IVA sobre el gas y los combustibles domésticos, unánimemente considerada como causa directa del desastre de Christchurch. "Hemos tenido un año muy difícil y nos quedan, todavía, algunas situaciones duras por afrontar, pero los resultados empiezan a percibirse: la inflación está controlada, la economía crece y, lentamente, se crea empleo", explicó Major desde su circunscripción de Huntingdon.
El presidente del partido, Norman Fowler, interpretó la pérdida de Christchurch como "un punto de inflexión". "La gente nos ha castigado por las dificultades del curso que termina ahora", manifestó. "Ha sido un voto sobre el pasado, no sobre el futuro. A la vuelta de vacaciones, las cosas serán muy distintas".
Para Major, agosto será solo un paréntesis. Su carrera de obstáculos, iniciada en septiembre pasado con la crisis de la libra esterlina y la rebelión euroescéptica, seguirá en octubre con una conferencia del partido que se avecina tormentosa. Si no se muestra. convincente ante sus huestes, en noviembre aparecerá un candidato rival al liderazgo de los tories y, por tanto, a la jefatura del partido. Noviembre, como recuerda Margaret Thatcher, es el mes en que se pueden presentar candidaturas alternativas. Basta el aval de dos diputados y el respaldo de treinta.
Si sale con bien del otoño, Major se enfrentará a la prueba definitiva: las elecciones al Parlamento Europeo de mayo de 1994. Una derrota tory supondría el final. No una nueva crisis, sino el final. Una delegación conservadora iría a Downing Street y exigiría la dimisión. Todo habría terminado.
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