Santo

Si Dios no lo remedia (imagínense el susto de la concurrencia si, en mitad de la ceremonia, empiezan a caer rayos al más puro estilo de maldición bíblica hollywoodiense), mañana será beatificado monseñor Escrivá. Hay quien opina que a los agnósticos no debería importarnos que la Iglesia santifique a quien le dé la gana, y argumentan que es un asunto interno, una especie de medalla al mérito laboral dentro de la empresa. El razonamiento no está mal, pero no es cierto. Quiero decir que no es verdad que sea un asunto interno, del mismo modo que tampoco es puramente espiritual, como pretenden los miembros de la Obra. Porque, desde luego, resulta muy terrenal, e incluso la mar de lodoso y embarrado, todo ese escándalo de la manipulación de los testigos, de la exclusión de las voces críticas, de la meteórica velocidad de todo el proceso.Los santos, sean de la religión que sean, tienen algo que les hace importantes: el consenso de respeto que les respalda a través de los siglos. Yo respeto ese respeto, y por eso, porque no me tomo los santos a choteo, me escalofría la beatificación apresurada de un hombre sobre el que he leído cosas espantosas: soberbias, despotismos, atrocidades. En realidad estamos hablando de poder, y del respaldo a la influencia y la ideología del Opus. ¿De verdad cree alguien que la beatificación de Balaguer va a ser un acto políticamente inocente? Seguir adelante con el proceso ante tanta polémica y tantos indicios de irregularidad me parece algo así como un golpe de Estado espiritual. Puestos a santificar excesos, y para no desperdiciar ,los preparativos de la bonita ceremonia de mañana, sería mejor beatificar al pobre Casey, ese obispo irlandés, tan humano en su humillación y su debilidad, que al menos ha tenido la dignidad de reconocer públicamente que ha pecado.
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