Los últimos días
EL PRÓXIMO 31 de diciembre, la URSS desaparecerá oficialmente; Gorbachov y Yeltsin se han puesto de acuerdo para asegurar una transición concertada entre un Estado que muere —-la URSS— y una Comunidad de Estados Independientes (CEI) en la cual van a agruparse —-con lazos aún imprecisos—— 9 o 10 de las antiguas repúblicas soviéticas. Gorbachov, a pesar de su inicial repudio al acuerdo de Minsk —al que calificó de "anticonstitucional e ilegal"—, se ha dado cuenta de que representa la única posibilidad, sobre todo después del referéndum ucranio, de evitar la simple dispersión de las repúblicas.
Hoy, el hombre fuerte en Moscú es Boris Yeltsin, presidente de Rusia. Dentro de pocos días se instalará en el Kremlin, con la carga simbólica que ello implica. Aunque en la recién nacida CEI todas las repúblicas son independientes e iguales en derechos, es obvio que Rusia tendrá un papel hegemónico. Ya ahora, sin esperar la fecha oficial, está asumiendo una serie de funciones y competencias que antes eran desempeñadas por los órganos de la URSS.
En ese orden, un hecho indicativo ha sido la presencia del general Chapochnikov —ministro de Defensa de la URSS— al lado de Yeltsin en la entrevista de éste con el secretario de Estado de Estados Unidos, James Baker, y la ausencia en la entrevista que Gorbachov tuvo con el dignatario norteamericano, demostración palpable de que el mando de las Fuerzas Armadas acepta la nueva CEI, representada por Rusia. Para Estados Unidos, en estos días de transición, la principal preocupación es aclarar quién va a controlar las armas nucleares. Yeltsin ha hecho a este respecto una declaración tranquilizadora: todas las armas de ese género se concentrarán en Rusia (actualmente, una parte de ellas está en Ucrania, Bielorrusia y Kazajstán), y serán controladas por un jefe militar, el propio. Chapochnikov con toda probabilidad. Pero ¿hasta qué punto podrá cumplirse tal proyecto? Cabe temer que estemos ante un nuevo caso de la inclinación de Yeltsin a tomar decisiones unilaterales, sin consulta democrática, que enredan los problemas en vez de resolverlos.
Kazajstán ha comunicado que no acepta el traslado de sus armas nucleares a Rusia. En todo caso, lo que parece claro es que EE UU va a desempeñar un papel directo. El problema nuclear ha sufrido un cambio radical. Washington ya no se siente amenazado por las armas de la antigua URSS y ha reducido su propio armamento nuclear. Hoy el peligro estriba en qué armas del arsenal soviético —y sobre todo las tácticas, relativamente ligeras— puedan caer en manos irresponsables. Por eso la orientación básica de EE UU es combinar la ayuda técnica para la destrucción de las armas con los envíos de ayuda económica para aliviar el invierno soviético. Algunas repúblicas —como Ucrania— han proclamado su deseo de desnuclearizarse. Y para ellas, una solución eficaz sería la destrucción de sus armas bajo control de EE UU.
En cambio, Rusia aspira a seguir siendo una potencia y a sustituir a la URSS como miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU. Falta saber si las otras repúblicas de la CEI lo aceptarán. Por otra parte, aunque éstas designen a un jefe militar único, ¿a qué autoridad civil estará sometido?, ¿tendrán que ponerse de acuerdo todos los presidentes para dar órdenes al jefe militar? Todo ello apunta a un nuevo papel político de los militares soviéticos que no engendra optimismo. El próximo sábado, en Almá Atá, se reunirán las repúblicas que han decidido crear la Comunidad de Estados Independientes. Deberán aportar respuestas a muchas dudas que subsisten sobre el carácter y funcionamiento de ésta. Pero este esclarecimiento no será cosa de un día. Si lo que va a morir el 31 de diciembre es bastante conocido, la nueva CEI va a nacer en medio de brumas.
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