Atlantismo
Salió Samaranch a la tribuna y leyó el nombre de Atlanta. Unos cuantos americanos se pusieron a saltar de alegría y otros muchos europeos dijimos: "Atlanta, claro".. Poco a poco hemos ido dejando el romanticismo en el ropero y ahora nos emociona mucho más ver el mundo a través de la parabólica que tomar retsina y aceitunas en la noche del barrio de Plaka. Hubiera estado bien Atenas, pero estamos empachados de centenarios y las cifras redondas nos envejecen y hacen salir arrugas a la piel de los Estados. El romanticismo de este fin de siglo lo ahorraremos para derramarlo por las calles de Praga antes dé que lleguen a Mala Strana los aromas minerales de las hamburguesas. Pero lo de Atlanta es más auténtico. Esa peña de rentistas viajeros que forman el Comité Olímpico Internacional no están para más aventuras y han elegido la capital de la Coca-Cola porque es lo más seguro de la próxima década. Es la retaguardia de Occidente, ahí donde nunca habrá sorpresas y donde las transmisiones nunca se interrumpirán, aunque sólo sea porque la televisión nace en Atlanta. Atenas, en cambio, se encuentra demasiado cerca de la zona peligrosa. Siglos atrás los turcos llegaron a las puertas de Viena, y de la misma manera podría llegar el Sadam de turno a instalarse en el Partenón. En momentos de despiste más vale refugiarse en la quietud de la hucha y dejar la nostalgia para los tangos. Pero para los románticos Atlanta también permite la lectura de la integración racial por la que murió King y por la que lucharon los atletas negros que en México levantaron el puño del black power. Veinte, años después, los dos últimos alcaldes de Atlanta lucían el éxito sobre el orgullo de sus mejillas igualmente oscuras. Cien años de combate por los derechos civiles se confundieron ayer con la alegría olímpica. Se perdíó el cumpleaños ateníense, pero se ganó un escaparate del lento y contradictorio progreso de la especie.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Archivado En
Últimas noticias
Trump intensifica su escalada contra la UE al sancionar a dirigentes que han atacado el discurso de odio en internet
Verdades, mentiras y dudas sobre los juguetes con inteligencia artificial
La revalorización de las pensiones queda en el aire por la negativa de la derecha a apoyar otras medidas sociales
La carne, el lujo de esta Navidad: el precio del cordero, la ternera y el jamón se disparan
Lo más visto
- El PP de Almeida vota en contra de dedicarle a Robe Iniesta un centro juvenil porque antes quiere hablarlo con su familia
- Comprobar Lotería de Navidad 2025: consulta la lista de números premiados
- El líder groenlandés responde a Trump: “Groenlandia es nuestro país. Nuestras decisiones se toman aquí”
- Trump anuncia la construcción de un nuevo tipo de buques de guerra que llevarán su nombre: “Serán los más grandes y poderosos de la historia”
- “¿Qué se siente al ser un fracaso?“: cómo la protagonista de ‘Showgirls’ superó la humillación y abrazó la película




























































