Chinos

En el momento en que escribo estas líneas los chinos han ejecutado a 27 personas. Pero para cuando ustedes estén leyendo esta columna pueden haber descerebrado a un buen puñado más. El horror camina deprisa en ese país ancho y lejano. Lo hemos podido ver en televisión: descomunales salas con hileras y más hileras de militares estrictamente uniformados, como en la más desquiciante pesadilla de un Kafka febril. Y las víctimas, tan desnudas e inermes en sus ropas civiles, entrando en volandas, como peleles rotos, en los brazos de una pareja de gorilas. Aterra pensar qué les habrán hecho para dejarles así, tan deshuesados. No hay que olvidar que China posee la más antigua y refinada tradición torturadora. La acupuntura, esa ciencia asombrosa que especifica cuáles son los puntos de energía, de dolor y no dolor del cuerpo humano es un saber conquistado, a no dudar, tras milenios de permanencia junto al potro. Me pregunto cuántos millones de horas de meticuloso suplicio son necesarias para descubrir las propiedades de un trocito de carne tan pequeño como la punta de una aguja.Al menos hay, son cifras oficiales, 7.000 detenidos. En qué condiciones se encontrarán, qué infierno estarán atravesando. Para acabar quizá, con una bala entre los sesos. Las purgas de Stalin pasaron más o menos inadvertidas en su momento. Pero ahora, con un mundo más transparente, nos desayunamos todos los días con el espectáculo de un país colosal sacudido por la represión y por el terror. "Estremecida condena", dicen los Gobiernos occidentales. Estupendo, pero, además de las palabras, ¿qué? ¿Cuántos Rushdies están muriendo cada día en Pekín o en Shanghai? Pero, claro son chinos; 1.200 millones de chinos todos iguales. Más de una quinta parte de la humanidad. No son más que unos pobres y remotos chinos pero, si prestas atención, quizá alcances a oír el clamor de su sufrimiento.
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