Lo consabido y lo elíptico
En el principio está el juicio de Salomón: el rey determinó que la verdadera madre era aquella que se oponía a que el niño fuese partido en dos para recibir su mitad y prefirió cederlo a la falsa madre, con lo cual lo ganó. Después, la obra de Bertolt Brech El círculo de tiza caucasiano, con esa idea enriquecida, teatralizada y convertida en eficaz marxismo de teatro, la dio en Madrid el María Guerrero, dirigida por José Luis Alonso, y se encontró con la pared de quienes la encontraban marxista y tenían fuerza para rechazarla y prohibirla. Alfonso Sastre hizo un circulito para niños, sin demasiada suerte, donde entre versitos y elipsis se contaba lo mismo y se glosaba la idea de que "las cosas pertenecen, si es que somos humanos, a quienes las trabajan o cuidan con sus manos". Pasaron los lustros y esto es lo que se produce ahora, en la hora infantil, en el Centro Dramático Nacional, con el título de Historia de una muñeca abandonada.La acción inventada por Sastre con tales precedentes es doble y única: la de unos niños actuales -de arrabal urbano donde la rica y la pobre se disputan una muñeca, que una de ellas, propietaria original, ha abandonado y la otra ha recogido y cuidado; y la de una provincia de lejano imperio donde la disputa es por un niño, también abandonado por la rica y cuidado por la pobre. Las acciones son tan paralelas que cada una aburre a la otra. Y el verbo -los versitos para niños- y el esfuerzo de espectáculo no llegan a sacarnos de ese manifiesto aburrimiento . Una parte del prolongamiento de la acción se debe a música y canciones, con el buen sello del compositor catalán de origen vasco Josep Maria Arrizabalaga.
Historia de una muñeca abandonada
De Alfonso Sastre. Música de Josep María Arrizabalaga. Intérpretes: Sonsoles Benedicto, César Sánchez, Juan José Otegui, Chema de Miguel, Miguel Ángel Gredilla, José Antonio Gallego, Juan Matute, Cesáreo Estébanez, Laura Cepeda. Dirección, Xicu Maso. Teatro Nacional María Guerrero, 10 de mayo.
Intención
La tesis, que viene de tan lejos, es tan convincente como lo obvio -lo cual no quiere decir que se produzca en la práctica-; hoy mismo se ilustra con numerosos casos en los que los jueces no son siempre salomónicos porque las leyes y los poderes no lo son. Algunos espectadores al final de la obra creían interpretar la nueva intención de Sastre al recuperar su antiguo y modesto texto con otra actualidad para aplicarlo al País Vasco, al cual se supondría abandonado por los ricos propietarios estatales, y resignado por quienes, habiéndolo cuidado, no quieren dañarlo ahora al pegar el tirón para el que tendrían fuerza pero no sentimiento. No parece que. abone esta interpretación nada más que el tener presente otros escritos y acciones de Alfonso Sastre sobre el nacionalismo y la localización de las revoluciones, y el enfático final en el que la niña pobre, recuperada su muñeca, canta una canción de cuna y amor -muy bella y muy bien entonada- en vascuence mientras las luces se van oscureciendo poco a poco y termina la obra. Personalmente no veo esta particularización, o es demasiado elíptica; y no veo siquiera un calco con la realidad de cuanto está sucediendo, aunque no me siento capaz de negar que Alfonso Sastre lo sienta así o lo haya querido expresar así; ni de afirmarlo: lo consigno como información.El problema esencial que es ostensible es el teatral. No da de sí la invención escénica para un espectáculo de hora y media ni aun repitiendo la acción -pero repitiéndola-, y los versos no tienen suficiente gracejo como para sostenerla. Son sosos. El director, Xicu Maso, tiene la virtud de dirigir un grupo de niños -la docena pasada- con inteligencia y habilidad y de hacer que no hablen de una manera reventante, como suele suceder en esas edades; y mover también con gracia a los actores profesionales, entre los cuales destaca el narrador, Cherna de Miguel. El vestuario y la escenografila de Jean-Pierre Vergier son bonitos.
En cuanto al público, una obra para niños representada ante resabiados espectadores profesionales de teatro no puede dar su verdadera dimensión. La sospecha de que aburrirá profundamente a los que vayan a verla llevados en grupos colegiales, como es costumbre, probablemente no es más que la proyección de uno mismo. Una premonición.
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