Baluarte

Reina en toda Europa el gótico nuclear. Las ojivas de los misiles son las nuevas agujas de la catedral de Colonia o de Reims y los ríos bajan llenos de carpas muertas, pero la Gioconda aún sonríe. Al pie de los antiguos baluartes hay osarios petrificados y sobre ellos se celebran ahora los desayunos campestres. Varada en el cieno dentro de cada estanque, duerme una Ofelia ahogada con guirnaldas todavía en la cabellera mientras cae mansamente la lluvia ácida en el corazón del bosque donde algún leñador en su cabaña escucha a Bach cortándose las uñas con el hacha. La rebeldía ha terminado. Los jóvenes sólo aman la propia mochila y ésta contiene profilácticos, embutidos y el saco de los sueños. Con ella en la espalda recalan en las escalinatas de los museos, conciben allí playas lejanas con palmeras y luego siguen viaje sentados en las rodillas de un camionero. Las buenas amistades hoy se sellan en la antesala del depósito de cadáveres, en la cola de una exposición de Matisse, en cualquier acampada a favor de las ballenas, en un sótano repleto de rehenes durante el atraco de un banco. La cultura consiste en ser a la vez Narciso y el pozo oscuro en cuyo ojo intestinal él se refleja.Al final del milenio todo lo fascinante ya es lícito. El Papa habla de amor desde el interior de una urna antibalas, un académico le rompe la nariz con un martillo a la Piedad de Miguel Ángel, los cohetes llevan a militares patizambos hasta las galaxias, perros caniches comen sentados a la mesa en los restaurantes de cinco tenedores, algunos poetas metafísicos trabajan en los mataderos municipales, los ángeles caen sobre los odres de vino y el resplandor de la carne de tocino ilumina la fe de los últimos cristianos. Últimamente se ha hecho este gran descubrimiento: el infierno es el verdadero Sur. Después de la muerte no hay que esperar nada bueno de un ser que ha fabricado un mundo como éste. Dios es azul. Dios es el mar. Sobre él debe uno navegar siempre para trazar con la belleza una línea desesperada de resistencia.
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