100 fotógrafos para una veintena de neonazis
Los alemanes dispuestos a manifestarse públicamente en solidaridad con Rudolf Hess en la República Federal de Alemania (RFA) son una ínfima minoría, compuesta por neonazis adolescentes, skinheads (cabezas rapadas) con tatuajes e ignorantes exaltados. En Berlín ante la cárcel de Spandau, en Múnich o en Hamburgo, donde ha habido concentraciones de este tipo, el cuadro resultante suele ser siempre el mismo. Una veintena de neonazis rodeados por un centenar de fotógrafos y equipos de televisión que se encargan de dar la impresión al mundo de que los alemanes han salido a la calle a mostrar su pesar por la muerte del criminal de guerra.
Existe en esto un peculiar consenso entre los medios norteamericanos y los soviéticos. Los primeros son conscientes de que en Estados Unidos las cadenas de televisión sólo incluyen información europea en sus informativos cuando se ofrece terrorismo, manifestaciones antinorteamericanas o nazis. Los soviéticos, por su parte, educados para el celo por rastrear un resurgir del nazismo en la RFA, ven a cinco jóvenes imberbes bebiendo cerveza en uniformes paramilitares y creen descubrir una nueva camada negra que se extiende como una mancha de aceite por la sociedad alemana occidental.
Lo cierto es que, aunque sean muchos más los que se dejen llevar por la sentimentalidad o la piedad, la inmensa mayoría de los alemanes ha reaccionado con indiferencia ante la muerte de un superviviente de una época pasada. Hess era ya en vida un fantasma de una pesadilla muy lejana, que con su muerte ha vuelto a aparecer fugazmente en el presente. En breve será sólo materia de estudio para historiadores y quizá psiquiatras.
Si algo ha creado desasosiego en torno a la muerte de este anciano nazi irredento ha sido la torpeza informativa de las autoridades británicas de Berlín, que con sus comunicados han sembrado confusión innecesaria y alimentado una crispación gratuita.
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