El toro asilvestrado y el toro amaestrado
Todo estaba preparado. La salida del protagonista por la Puerta del Príncipe era un hecho que nadie dudaba. Hasta la autoridad lo había previsto, y había llevado a la puerta de la Maestranza la policía a caballo para proteger al maestro de los fervores de la multitud. Al salir de la plaza, los caballos ya estaban subidos a sus camiones, y la más famosa puerta taurina del mundo permanecía con sus cerrojos echados.Es de justicia señalar que la culpa en ese cambio de planes no ha sido de Espartaco. La corrida de Miura ha salido con mucha casta, algunos de los toros con auténtico peligro, y el diestro ha estado siempre en el sitio, aguantando derrotes y tarascadas, lidiando y matando la corrida con aseo. Lo que pasa, es que para el público de hoy eso no es bastante, y, quiere tandas y tandas de muletazos, y en Sevilla, además, se quiere duende, pellizcó, sentimiento, mengues, gracia repajolera. Ese no es el perfil torero de Espartaco, ni los miuras contemporizan con el aroma de las flores del Parque de María Luisa, sino con el romero y la jara de Zahariche.
Creo que el público sevillano ha aprendido ayer una lección que los aficionados ya sabían. La plaza estuvo durante la lidia de los seis miuras angustiada. Se masticaba la sensación de peligro. La importancia de estar en la cara de esos toros se advertía sin necesidad de ser un experto. Por eso la tarde no podía ser brillante, aunque creo que fue importante. Espartaco, acostumbrado a desorejar siempre a sus enemigos, estaba muy insatisfecho al terminar de matar al sexto. Por eso decidió pedir el sobrero de Juan Pedro Domecq, hierro con el que había triunfado clamorosamente el martes en esta misma plaza.
Al ver al sobrero, el público se relajó y el torero también. La diferencia entre este toro y los seis del cartel era algo parecido -y que me perdonen los ganaderos el simil, que no tiene ninguna segunda intención- a seis perros lobos que viven en la sierra, y un magnífico pastor alemán, de inmejorable pedigrée y esmeradísimo amaestramiento. Es evidente que con aquellos hay que utilizar la astucia, la destreza, el valor y la inteligencia. Con el pastor alemán hay que seguir las instrucciones del domador, y es verdad que puede uno equivocarse, y ser atacado si le das instrucciones contrarias a las que recibió en su educación. Esa fue la diferencia que el público advirtió, claramente, entre los miuras y el juanpedro. La valoración de lo que los toreros hagan con una y otra clase de toros debe ser muy diferente. Esa es la lección que me gustaría hubiera aprendido el público de Sevilla. Sería muy bueno para el futuro de la fiesta.
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