Nervios
Lo que más nervioso pone a una persona nerviosa es que otra, no nerviosa, venga a decirle que no entiende por qué está nerviosa. La línea entre la tranquilidad y la impaciencia, el sosiego y la ansiedad, divide en dos grupos antagónicos a los seres humanos, no importa por cuánto tiempo. Mientras la situación diferencial subsiste, cada habitante de uno u otro lado presencia dos realidades incompatibles en las que respectivamente para uno gobierna el maquinismo y para el otro la acrobacia.La vivencia de los nervios, mal acogida por la medicina de talante preventivo, es directamente la absorción de la velocidad en estado puro. O bien nada procura mejor la instalación en ese concepto alcohólico e incomunicable -abastracción neta- que ingresar en el recinto de los nervios.
Desde lo apacible, cada constatación de lo veloz exige el aporte de espacios y tiempos, el cálculo o la medición exterior, la contemplación y el recurso a la referencia. Para el tipo calmo, la velocidad es una adicción que incurre en la escena; un trazo que sobreviene al acabado boceto del mundo y, en todo caso, una deducción que combina categorías preexistentes. Para el que se encuentra en el estado nervioso, sin embargo, no existe ubicación para el espacio o para el tiempo. Todo el panorama se sintetiza en el pronunciamiento de la velocidad. Ciertamente el manso confunde la velocidad con el tocino. Cree, en visión lerda, que esa categoría es un excipiente. Para el azogado, en cambio, lo veloz resume la sustancia del mundo. Todo es velocidad o metáfora de tocino. Una escena sin alientos -no hay espacio entre los minutos- y sin intervalos -no hay tiempo siquiera para tener tiempo- Ni siquiera se suscita la ocasión capaz de hacer creer que estar nervioso podría sustituirse por otro estado superior del conocimiento. Para quienes no viven este acceso el mundo es un buey que trisca en la dehesa. Sólo el neurótico sabe que no existe la biología, la temporalidad, la residencia. Y puede proclamar la ficción de la materia.
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