Gatos
El Centro Cultural Reina Sofía de Atocha, está bien de elección, de instalación, de selección. Está mal de gatos. Como ha contado la Prensa, en lo que era un viejo hospital abandonado vivían más de cien gatos, atendidos y mantenidos por los vecinos del barrio, mayormente hombres y mujeres jubilados. Ya saben ustedes que los gatos fueron exterminados por perros feroces. (Los gatos que se pudieron capturar, claro, pues el gato es mucho más listo que el perro y vive de ausencias, mientras que el perro sólo se guía por presencias, inmediatas o remotas.) Parece que esta gatomaquia inversa no es responsabilidad del Ayuntamiento, sino del Ministerio de Cultura, que da así una muestra más de su fina sensibilidad. Es penoso (aunque se olvidará pronto) que el mayor centro público y nuevo de la cultura española se erija sobre un holocausto de gatos. Este centro lleva el nombre de Reina Sofía, culta e impar. Ayer me lo decía Carmen Conde:-Qué gran mujer.
A Reina Sofía, embrujada ya por el brujo Tàpies, titanizada por el titánico Chillida, no puede gustarle que bajo su nombre maúllen cien angélico/diabólicos gatos de barrio, mil vecinos de Atocha que habían puesto su júbilo de jubilados en la conversación del gato, mucho más discreta y elegante que la del jefe de negociado o de taller. Los gatos se reconducen, se salvan, se aduermen dulcemente, para siempre, pero no se entregan a los perros perrunos. ¿Es que el señor Solana no se ha aclarado de la movida verde que precisamente en estos días llega a España y se lleva a Zoa Jiménez, abogada, como cocinera del Sirius greenpace? ¿Cómo pueden ponerse los cimientos de una gran empresa cultural sobre un pudridero de gatos, animal sacralizado a través de los siglos, de los egipcios a la bruja medieval? Uno, jubilado ya de tantas cosas, uno, que es algo así como el Villapadierna de los gatos, vive en conversación con los félidos, como Quevedo con los difuntos. Uno, en fin, lamenta que los gatos de Atocha hayan sido exterminados por procedimientos nazionalsocialistas, como si no fueran más que judíos. Más el holocausto sentimental contra los vecinos. Nuestra cultivadísima Reina merece otro culto que el sacrificio de cien gatos, que ni siquiera se llama hecatombe, porque no son bueyes. Y ella sabe griego.
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