Un mar de vulgaridad
El boom del vídeoclip, los disparates que se llegan a escribir sobre su supuesta e intrínseca calidad estética, ha encontrado su eco en la Mostra. En una sola sesión hemos podido ver vídeoclips de Ridley y Tony Scott, Antonioni, Coppola, Tobe Hooper, John Landis, Bolognini, Warhol, Hal Ashby, Bob Rafelson, Mel Brooks o Vittorio Storaro, un desfile de celebridades cinematográficas que en un momento dado se han sentido atraídas por los dólares o las posibilidades de las imágenes magnéticas con que popularizan las canciones de los mejores grupos de rock.La mayoría de los trabajos son rutinarios, sin ningún atractivo especial, desprovistos también de buena parte de su glamour, por el hecho de ser proyectados uno tras otro y en una sala oscura, sin la posibilidad de acudir a la nevera salvadora o al teléfono de los amigos. Aquí no hay contraste entre los bustos hablantes de los telediarios y los guitarristas que vuelan en, los espacios pop. La ley de la gravedad no rige para nadie y el atractivo de transgredirla pierde todo su encanto para dejar paso al tedio y la falta de imaginación. "Como todo es posible, no hay nada que hacer", podría ser el lema que se desprendiera de esta recopilación. Sólo Andy Warhol y Ford Coppola escapan del fiasco, el primero llevando al límite lo que, pedantemente, habría que bautizar como la búsqueda del específico vídeoclipiano, en una abigarrada propuesta de imágenes pop que no le temen ni al humor ni a la horterada, que juegan, con muy buen criterio, con un mundo doméstico, de neveras, teléfonos y baños de espuma. Ford Coppola, en blanco y negro, va en otra dirección, mucho más próxima a la del cine experimental, proponiendo una pequeña joya de montaje que incluye hallazgos parecidos a los de Sybeberg, coincidencia que sin duda no es casual, si se recuerda la admiración que el americano siente por el alemán y su cine de transparencias y proyecciones frontales.
Pero son dos excepciones en un mar de vulgaridad.
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