Ayuntamientos-empresarios: acabar con el tercermundismo
Desde hace unos años se está dando un dato importante en la escena española de la música popular: el papel asumido por los ayuntamientos, Gobiernos autónomos, diputaciones o cabildos insulares en la organización de recitales, coincidentes, en la mayoría de los casos, con las fiestas patronales. Éste es un hecho importante y encomiable, que se debe agradecer en la justa medida, por cuanto amplía las posibilidades de actuación de numerosos grupos y cantantes y permite programaciones más variadas, en las que participan cantantes de más difícil salida en otros circuitos, y porque pone al alcance del público actuaciones a precios más asequibles, cuando no gratuitas.
Orden de caída
Pero eso no es suficiente. Esta mos en la difícil y engorrosa política cultural de organizar las cosas en orden de caída, basándose todavía, en muchos casos, en criterios gratuitos o particulares de tal o cual consejero o concejal de Cultura. Los espectáculos se organizan mal en demasiados casos, con escenarios deficientes colocados en lugares improcedentes. Se utilizan, excepto en los casos de los artistas consagrados, que pueden elegir por contrato las condiciones, equipos de sonido muchas veces insuficientes, que se consiguen con el cicatero criterio de ahorrar unos tristes duros.Esto, junto a incomprensibles retrasos en las horas de comienzo de las actuaciones y tantos otros problemas.
Se continúa practicando un tercermundismo que perjudica a músicos y a público, y que demuestra tanto una falta de respeto a unos y otros como una incomprensión de que la buena música, de un estilo u otro, bien sea para escuchar o para bailar y gozar, sólo se puede ofrecer en las mejores condiciones. Cuando el concejal de Cultura de Madrid explicaba recientemente que su política cultural es no tenerla, está incurriendo en un contrasentido sin salida. Política cultural no es ordenar y reglamentar el arte en general y la canción en particular; es crear la infraestructura que permita actuar en condiciones óptimas. Y eso se olvida con una frecuencia que raya, a veces, la ineptitud. O acabamos con el tercermundismo, o éste, el tercermundismo, terminará por acabar con la música en vivo.
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