La final de Copa
La reciente disputa de la Copa del Rey de fútbol, amén de confirmar el bajísimo nivel técnico y la escasa espectacularidad deportiva de un juego mermado por sistemas destructivos y conservadores, ha propiciado, por su escándalo final sobre todo, numerosos comentarios. Todos ellos coinciden en lo de siempre: la repulsa, la búsqueda, ¿ingenua?, de los culpables, las consecuencias... Algunos rastrean connotaciones políticas; otros incluso destilan un pestazo xenófobo y/o nacionalista. Sin embargo, hay algo en lo que también coinciden y que resulta más preocupante: el encubrimiento, por intereses económicos, de ese público cerril que demuestra, día a día, y no sólo en el fútbol (véase la conducta porcina del mismo hacia el corredor francés ganador de la vuelta ciclista), su incultura, su falta de objetividad y deportividad, revelándosenos poseído por una actitud canallesca, difícil de justificar en personas que, lógicamente, deberían acudir a los campos deportivos a disfrutar del espectáculo imparcialmente.Y por si esto no fuera suficientemente vergonzoso, allí estaban los próceres de la patria para rematar la estampa con una ensayada sonrisa, tocada sardónicamente por la amargura de su aceptada falsedad. "Aquí no ha pasado nada", parecían decir, como sí aquello no fuera con ellos.
Es realmente penoso comprobar la hipocresía de esa elite dominante que pone el grito en el cielo ante problemas como la inseguridad ciudadana, ofreciendo. análisis y soluciones de un simplismo apabullante (inseguridad-drogadicción-control policial) y que, en cambio, no se inmuta lo más mínimo ante actitudes sociales que ponen en solfa todos sus demagógicos discursos y dan la verdadera altura del civismo de nuestro pueblo. Pero, claro, ellos tienen la fórmula mágica de la evasión: son lós jóvenes drogadictos (el alcohol no parece estar dentro de su catálogo) los que crean la inseguridad, los que deben ser cacheados y controlados como delincuentes potenciales en los conciertos, los que no quieren trabajar ni integrarse...
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