Divertido delirio
No era fácil para quien consiguió con su primera película un éxito tan aparatoso como el de Ópera prima plantearse con normalidad los siguientes filmes. Así puede entenderse que Fernando Trueba se acogiera al documental más o menos personal en Mientras el cuerpo aguante antes que prolongar, como ahora hace, aquel inicio.Sal gorda vuelve a ser una comedia, y en el sentido más tradicional del término, remitiéndose incluso a los moldes clásicos de la comedia norteamericana, o al menos a la que mejor conoció la generación de Trueba, es decir, colocando a Billy Wilder a la cabeza.
Trueba quiere heredar la sabiduría de aquel engranaje dramático que hacía de cada gag una obra maestra. Es un deseo lícito pero muy difícil. Aquí no existe la tradición de comedia que se dio en los países de Wilder ni parece que la idiosincrasia española permita su sutileza. Los grandes autores del cine español de humor (Berlanga en primer término) se han inclinado antes por el esperpento o el sainete. Trueba, no.
Sal gorda
Director: Fernando Trueba. Guión: Trueba y Óscar Ladoire. Fotografía: Ángel Luis Fernández. Música: Pierre Gamet. Intérpretes: Óscar Ladoire, Silvia Munt, Yelena Samarina, Antonio Resines y Francisco Rabal. Española. Comedia, 1984. Local de estreno: Palafox.
Y quizá lo consiga si el progreso que significa Sal gorda respecto a la primera obra es una constante de su cine futuro. Al menos, en la perspectiva de una comedia clásica a la española.
Lo que se plantea en Sal gorda es delirante, es decir, tributario también de la extravagancia local, pero se orienta hacia un juego de puesta en escena que quiere eliminar esas referencias. Los personajes son inverosímiles, y no precisamente en el sentido peyorativo. Pertenecen a un juego. Que el famoso pianista Petrov no tenga capacidad para componer su nuevo disco porque sufre mal de amores, y que cuantos le rodean le utilicen en provecho propio, engaña al espectador respecto a la honorabilidad del protagonista: al final, resulta ser tan débil como sus verdugos. Trueba repite situaciones de vodevil que, aisladamente, tienen capacidad de diversión. Si el juego no funciona en todo momento es, entre otras cosas, por errores de interpretación. A mi juicio, frente a la solvencia de Yelena Samarina y Francisco Rabal, y el inteligente encanto de Silvia Munt, existen dudas en el trabajo de Óscar Ladoire, que no compone un personaje con suficiente carne ni provoca en el espectador la necesaria complicidad.
En último caso, que Sal gorda sea una muestra de cuanto Trueba puede desarrollar, antes que un filme completamente válido por sí solo, se debe al propio juego que propone: tan desvinculado está de los resortes emocionales del presente que solicita cierta generosidad.
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