Defensa de Madrid
Cuando uno no tiene nada que decir, lo mejor es callarse, y así no se corre el riesgo de soltar un rosario de sandeces semejante al que nos endosó don Manuel Vicent en el número 2.405 de EL PAIS.Para empezar, nos dice que España está hueca por dentro (aún no he visto en mi vida cosa alguna que pueda estar hueca por fuera), y dice haber llegado a tal conclusión por medio de la amena enciclopedia de los viajes: mi más cordial enhorabuena; la perspicacia del señor Vicent es notable. A continuáción manifiesta que Madrid, aparte de ser un badajo, es un pendejo. Ya estamos faltando. Después pasa a no se qué cosas de categorías patrióticas y extrae su particular corolario: para poder emplear con propiedad y orgullo el nombre de España es indispensable hablar correctamente el gallego, el eusquera y el catalán, amén, faltaría más, la lengua del imperio, que nos ha sido impuesta a sangre y fuego.
A mí, que todos los españoles hablen nada menos que cuatro idiomas me parece muy bien, aunque algo utópico. Que la grandeza y prosperidad del país dependa de que haya muchos ríos navegables con gabarras que estructuren el territorio naturalmente en un nudo interno es una opinión no por respetable menos pintoresca. Lo que ya creo que es más grave es que el conspicuo articulista hable de Madrid refiriéndose a él como un espejismo de cemento que exhala el desierto, un alma de humo llena de pólizas, decretos y telegramas a los gobernadores civiles. Me permito cometer la osadía de desasnar al señor Vicent informándole de que en Madrid, aparte de funcionarios fascistas con bigotito recortado, también hay vagabundos, robaperas, cantamañanas, poetastros, maricones, sacamantecas, filósofos y pajilleras, además de algún que otro madrileño que empieza a estar hasta las narices de que cualquier embortonador de cuartillas con ínfulas de genio se permita cuando le venga en gana arremeter sin ton ni son contra esta ciudad, que, con todos sus defectos, es nuestra, y a la que le tenemos un cierto cariño.
Si a cualquiera se le pasara por la imaginación escribir que Galicia es un emporio de pringaos, Euskadi una nación de oligofrénicos o Cataluña un país de rácanos, los lectores pondrían el grito en el cielo, y con toda la razón del mundo.
Los madrileños, en cambio, tenemos que achantar el mirlo cuando se nos insulta. ¿Las razones? El señor- Vicent, que, según sus propias palabras, es un español mediocre, debe de saberlas, sin duda. /
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