Presentación de Mia Patterson, la segunda "Evita"
En el teatro Monumental, de Madrid, se ha presentado oficialmente Mia Patterson, encargada de alternar con Paloma San Basilio las representaciones del papel estelar en la ópera-rock de Tim Rice y Andrew Lloyd Webber titulada Evita.El murmullo del público, sin llegar al escándalo, engrasaba los guiños paralelos, la rivalidad virtual, los no imposibles celos. Y cada aplauso a Mia Patterson tenía un no sé qué de bofetada agria a la ausente Paloma San Basilio. Resulta, desde luego, injusto hacia las dos intérpretes ese revuelo ocioso de pequeñas pasiones. Pero, dado que existe, dejémoslo de entrada al descubierto.
Dicho en pocas palabras, y a ser posible ajenas, Buenos Aires es para Paloma San Basilio preguntarse: «¿Qué hora será allá?», y hacer desde el escenario ese cálculo, que tiene algo de prestidigitación adivinación del pensamiento y doblaje del tiempo. Ella ya entra en escena marcada por la muerte, sospecha lo fugaz de su aventura, canta con la cautela tierna del desengaño.
De ahí que su enfermedad prenda pronto en lo frágil, más como premio que como castigo, solazándose en la belleza humilde de un destino aceptado desde la cuna arrabalera hasta el lecho real, pasando por el catre prostibulario. Es como un esparraguillo triguero en mitad de una fuente dorada. Seduce al público por su ambigüedad: despierta pena y apetito a un tiempo. Paloma San Basilio, en fin, crea una Evita barbilampiña, equívoca, al borde de la evanescencia y, sin embargo, creíble.
Mía Patterson es otro cantar. Entra en la vida teatral como una guillotina sonrisueña. Con su voz vigorosa y sus andares decididos, la obra cambia de sentido. Ella aspira a convertir en maravilla todo carraspeo, se multiplica, arrasa. Es una intérprete temperamental, una plasmación harto cabal de lo que pudo acaso dar Rocío Jurado en ese mismo papel.
La segunda Evita convierte la ópera-rock en trepidante zarzuela, con ráfagas incluso de chispeante revista musical a la española. Cuando la muerte deja oír sus pisadas, ella parece la primera sorprendida. Hasta tal punto, que agoniza con una vitalidad envidiable. Es la apuesta intuitiva de una folklórica, el sabor de la hora española, el imperio del abanico en la Casa Rosada.
Sería una lástima que Paloma San Basilio fuera hostigada en su fragilidad, o Mia Patterson, pulida en su desmesura para alcanzar un equilibrio fácil y oportunista. Que ambas -reinas, al fin y al cabo, de esta farsa- tengan el trono que reclaman con voz leve o a gritos.
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