Reaparición delirante de Marifé de Triana
Horas antes de su salida al escenario, serenamente nerviosa, Marifé de Triana nos decía: «Hoy deposito una gran fe y una gran ilusión. Como siempre, pero con más fuerza, voy a luchar para que esta noche todo me salga lo mejor posible. Sólo deseo que el público me acoja con el cariño de otras veces». Ese deseo de cariño se convirtió muy pronto en cuajada locura de amor. Tal vez porque la mítica intérprete de Tres puñales hacía cuatro años que no pisaba un escenario madrileño, precisamente desde su actuación victoriosa en el teatro Fuencarral: «No había vuelto a cantar aquí por una razón sencillísima. Resulta que estaba muy difícil entrar en estas salas de fiesta, quizá por creer los dueños que nosotras, las que hacemos verdadera canción española, no tendríamos aceptación en estos tiempos que corren. Por fin, las empresas se están dando un poco cuenta de su error y empiezan a ver claro que cada artista tiene su público fiel. Porque lo importante no es el escenario, sino el artista. Hemos estado luchando para que entendieran eso, pero hasta ahora no lo habíamos conseguido».Y ahí está la demostración: con la llegada puntual del público madrileño. Al mismo tiempo, han acudido admiradores procedentes de casi toda la geografía española; así lo atestiguan las matrículas de los coches aparcados en las inmediaciones de la plaza de Colón y los propios interesados, que, al menor pretexto, procuran proclamarlo en alta voz.
Marifé de Triana presentaba cuatro canciones nuevas: «Me da pánico estrenarlas, pero una se debe al público y hay que darle alguna novedad. A mí me gusta una por encima de todo, Un gigante que muere de pie, ya que en ella se habla de Andalucía, una tierra tan noble y tan sufrida». Sin embargo, los éxitos mayores de la noche pertenecían al repertorio clásico de la cantante. Ese repertorio que la situara, ya hace mucho, junto a Imperio Argentina, Estrellita Castro, Concha Piquer y Juanita Reina.
Conserva Marifé de Triana su voz potente de ayer. Menos nítida en los susurros, pero desgarradora en los instantes circenses: «¡Eso es cantar! ¡Viva la madre que te parió! ». Usa con gran sabiduría, además, el arte del silencio. Un silencio del que abusa al momento la afición: «¡A esa garganta no la mata ni una bomba de ETA! ». O también: «¡A ver si pones una escuela para enseñar a cantar!». Y, picaruelos, algunos miran en dirección de otras folklóricas presentes en la sala. Ella se mueve con energía y dignidad, cierra los puños, aletea con la mano derecha, se siente como un árbol, tiene vinagre por llantera y la saliva muy sequita. Hay a quien se le hace la boca agua: «Mi arma, tú sirves pa'tó: como los limones...». Ella va de trágica, como una Ana Magnani que hubiera decidido quedarse en las almohadas del cine mudo. Sufre rabiosamente: «Por favor, Marifé, ¡cállate o me da un infarto!». Cuando se recompone, otro piropo estalla: «iQué lástima que se haya muerto Julio Romero de Torres!».
El borriqueo admirativo trota y se estira por el aire. Cuando ella canta Tengo miedo, no falta quien le diga: «Tú no tengas miedo, porque aquí estoy yo para defenderte». Cuando ella se retuerce hasta el espasmo, agarrada al micrófono como santa Teresa al dardo, otro va y reivindica la humedad: «Así se gana el dinero: con el sudor de tu frente y de tus pechos. Mira cómo estás, amor, que pareces un manantial...». Si ella canta Y noy no, le dicen que sí y que sí. Cuando ahora llega a musitar Te acordarás, lo más cuerdo es jurarle: «Me acordaré de ti toda la vida». El delirio retumba con la interpretación de Tres puñales. Ella presenta a los músicos, dirigidos por Manolo Gas, «tan buen músico...». Réplica en otra onda: «Y tan hermoso». Lo sobrenatural se resume y concluye en La Loba: «La risa en los labios,/la noche en su pelo...». Historias del corazón. No cabe más calor como acogida. Una mujer le grita su decisión heroica: «Aunque me empeñe, vendré a verte las cuatro noches».
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