Las cuadrillas portuguesas
El espectáculo de los forcados, que se presentaron hace unos días en Las Ventas, es de una gran emoción, y se debe resaltar la pureza con que ejecutan las pegas. La actuación de los forcados no está en nada desnaturalizada. Portugal mantiene, en tauromaquia, una lección permanente que nunca llegamos a aprender en su país vecino, aunque presumimos -con razón- de que en España está la cuna del toreo.La fiesta de toros se conserva en Portugal en línea de pureza; allí hubo, desde siempre, una estimable reserva de castas en lo que concierne a la ganadería de bravo; ha producido aportaciones básicas en el arte del rejoneo, y hay escuelas de toreo mediante las que continuamente surgen subalternos con la técnica bien aprendida y calidades excepcionales.
El mismo día de los forcados, la espectacularidad de sus acciones permitía apenas reparar en las intervenciones de los subalternos, cuya colocación en el ruedo, conocimiento de las condiciones de las reses y manejo del capote eran excepcionales. No es derrotismo afirmar que superan a casi todos los subalternos españoles. Aquí hemos empezado a conformarnos con que los peones muevan a los toros sin molestarlos y hay quien dice -quizá por acogerse a algo- que tienen más mérito si su labor es oscura y eficaz, sin lucimiento. El toreo a una mano, insustituible para doblar y para correr a las reses por derecho, está a punto de perderse en España. Las cuadrillas portuguesas, en cambio, lo mantienen, se superan en su ejecución. La tarde mencionada era una delicia ver cómo cualquiera de ellos toreaba siempre a una mano, con arte, para cambiar de terrenos al toro, para retirarlo después del quite, para pararlo, por supuesto. Y nos producía desazón considerar que las corridas a la española pierden todos los días la oportunidad de mejorar la lidia y enriquecer el espectáculo con este toreo, para el que nuestros subalternos están perfectamente capacitados. En cualquier caso, en sus compañeros portugueses tienen el ejemplo.
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