Alemania, de 10 nueves a ninguno
Alemania se presentó en Qatar sin ningún nueve, ni auténtico ni falso, y ha sido eliminada. Máxima modernidad. Máximo fracaso.


A Mauricio Macri, expresidente de Argentina y actual presidente de la Fundación FIFA, le preguntaron antes del Mundial cuáles eran, en su opinión, las selecciones que más posibilidades tenían de alzarse con el título. El hombre habló de Brasil, Portugal y Francia. Y de Alemania. “A Alemania nunca se la puede descartar”, dijo, “es una raza superior que juega hasta el final”.
No suele ser buena idea hablar de los alemanes como “raza superior” cuando se ha sido presidente (y se aspira a volver a serlo) del país con la mayor población judía de Latinoamérica. Macri tuvo que pedir disculpas. Pero era fácil captar la idea tras la frase desafortunada. A la selección alemana se le ha atribuido, históricamente, un carácter parecido al que distingue a equipos como el Real Madrid o el Bayern de Múnich: ese que permite ganar jugando mal gracias a unos últimos minutos de ataque frenético y chiripa inverosímil. Un carácter forjado a lo largo de los años que hace temblar las piernas y la fe del adversario.
Alemania tenía eso. En tres de sus cuatro campeonatos mundiales ganó sin ser el mejor equipo: en 1950 era mejor Hungría; en 1974, Holanda; en 1990, Inglaterra (que no llegó a la final). Sí fue probablemente superior a las demás selecciones en su cuarto trofeo, el de 2014. Pero para entonces, pese al 7-1 endosado a Brasil en semifinales, ya no aterrorizaba a los adversarios. Algo había cambiado.
Los aficionados al fútbol esperan determinadas cosas de las selecciones más prestigiosas. A Brasil, por ejemplo, se le dan por supuestas virtudes como la técnica y la creatividad. De ahí que su victoria en 1994, con un equipo tan cínico y defensivo (dirigía el juego Dunga, con eso está dicho todo) como para ganar a Italia a base de cinismo, defensa y tanda de penaltis, fuera de alguna forma decepcionante. Italia, en cambio, necesita sufrir el desprecio de los tifosi y llegar hundida a un torneo (como ocurrió en 1982 y 2006) para olvidarse de la especulación y desplegar su talento.
Alemania, por su parte, puede en cierta forma atribuirse la invención de lo que hoy se llama falso nueve. Jugaba con uno o dos delanteros centro y el resto de los jugadores, salvo el portero, eran falsos nueves porque en teoría ocupaban demarcaciones en la defensa o el medio campo; en la práctica, cuando hacía falta, eran todos arietes. En la Eurocopa de 1980, hasta Bernd Schuster remataba de cabeza como si fuera lo suyo. Quizá su fútbol no resultara demasiado estético. Pero quien vio la semifinal Alemania-Italia de 1970 (el mejor partido en la historia de los Mundiales) no olvidó nunca la capacidad de lucha de los alemanes.
En 1990, Gary Lineker pronunció aquella famosa frase: “El fútbol es un deporte simple que inventaron los ingleses, en el que juegan 11 contra 11 y siempre gana Alemania”.
En 2004, tras una larga sequía de títulos, la federación alemana contrató como seleccionador a Jürgen Klinsmann para que cambiara el estilo de juego. Había que modernizarse. Balón raso, movilidad, técnica. En la Mannschaft ya no cabrían nunca más gigantones como Hrubesch o Briegel.
Klinsmann no ganó nada. Su ayudante y sucesor, Joachim Löw, sí ganó algo, el Mundial de 2014. También perdió definitivamente algo que importaba: la capacidad de lanzar sobre el área contraria a un puñado de cabeceadores furibundos. En la Eurocopa de 2008, Alemania había comprobado ya que si se trataba simplemente de jugar bien, había quien lo hacía mejor. En ese caso, España. En los dos últimos torneos mundiales, Alemania ha sido eliminada en la fase de grupos. En Qatar se presentó sin ningún nueve, ni auténtico ni falso. Máxima modernidad. Máximo fracaso.
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