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El fútbol da una tregua en los ataques de Trump a México y Canadá

Sheinbaum visita por primera vez Washington para el sorteo del Mundial. El presidente de Estados Unidos exhibe sintonía con sus socios norteamericanos tras meses de amenazas e insultos

Iker Seisdedos

Si Washington no hubiera amanecido cubierta por la primera nevada del invierno, tal vez habría sido la ocasión para recurrir a la socorrida imagen del deshielo en las relaciones entre el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, su homóloga mexicana, Claudia Sheinbaum, que viajaba por primera vez a la capital estadounidense, y el primer ministro canadiense, Mark Carney. Los tres socios norteamericanos están a punto de cerrar el año más tenso en su relación desde la firma en los noventa del tratado de libre comercio, T-MEC, pero este viernes esas rencillas —y las amenazas y los insultos de Trump— quedaron aparcados momentáneamente en nombre del fútbol.

El motivo de la oficiosa cumbre trilateral (un grupo que en un pasado que ahora se antoja lejano se presentaba como los “three amigos”) era el sorteo del Mundial, que se celebrará el año que viene en estadios repartidos por 16 ciudades de los tres países.

La FIFA, su organizadora, suele defender que la política no tiene cabida en el torneo, pero en el acto de este viernes, celebrado en el Kennedy Center de Washington, el gran templo de la música y las artes escénicas de la ciudad, puesto por Trump al servicio de los ideales MAGA (Make America Great Again), esta estuvo más presente que nunca.

Y esa supuesta neutralidad del organismo rector del fútbol no impidió que Gianni Infantino, su presidente, agasajara a Trump dándole un premio de consolación de la paz, inventado sobre la marcha. Se lo otorgaron precisamente una semana antes del que el presidente realmente anhela, el Nobel, que se entregará en Oslo a la disidente venezolana María Corina Machado.

En su discurso de aceptación, el presidente de Estados Unidos defendió que ha terminado con ocho guerras, en lo que solo cabe definir como una exageración, y dijo: “El Mundial va a ser algo increíble. Hemos trabajado codo con codo los tres países para coordinarlo. Y quiero decir que nuestra relación es extraordinaria”. Antes, a los reporteros que lo siguen a diario les había avanzado que trataría sobre comercio con sus socios una vez terminado el sorteo, aunque no dio más detalles sobre el cuándo y el cómo.

Los tres líderes subieron después al escenario de la ópera del Kennedy Center, y se colocaron tras unos atriles con el número 26. “Va a ser el mejor trato de la historia”, dijo Carney sobre la colaboración de los países para organizar el Mundial. Sheinbaum, en español, vendió un México “extraordinario, bello, mágico”. “Es un pueblo extraordinario, trabajador, que juega al juego de pelota desde tiempos ancestrales”, agregó.

Trump recordó por su parte que esta no será la primera vez que el fútbol trata de cuajar en Estados Unidos: se remontó a los tiempos de Pelé en el Cosmos, extinto equipo neoyorquino, y repitió uno de los pocos argumentos que maneja sobre un deporte con el que no tiene un pasado: “Tenemos que encontrar un nombre nuevo, porque ustedes lo llaman fútbol, y nosotros, soccer”, declaró, antes de que Infantino se hiciera un selfi con los tres y de que estos volvieran al palco presidencial del teatro de ópera del complejo cultural.

Amenazas de aranceles y exigencias de seguridad

La cita estaba obviamente rodeada por la incertidumbre sobre los emparejamientos que el bombo depararía a los 48 países clasificados (no así, los grupos en los que caerán las selecciones anfitrionas; eso estaba decidido de antemano), pero también por cómo se comportaría Trump, que acudió acompañado de la primera dama, Melania Trump, con sus viejos aliados, a los que lleva meses amenazando con aranceles y reprendiendo por no hacer lo suficiente para detener el tráfico de fentanilo, potente opiáceo que ha provocado una sensacional crisis de decenas de miles de muertos por sobredosis.

En el caso de México, esas amenazas han escalado en las últimas semanas, en las que el presidente estadounidense ha coqueteado con la idea de lanzar una ofensiva militar para, pulverizando las reglas del derecho internacional, descabezar el narco, como viene haciendo con los asesinatos extrajudiciales de los tripulantes de las supuestas narcolanchas (al menos, en 21 ataques; el último, el jueves) que surcan las aguas internacionales del Caribe y del Pacífico.

La relación personal de Trump con Sheinbaum ha sido cordial en estos meses. Tras casi dos decenas de llamadas, cartas y un rosario de alusiones directas e indirectas entre ambos, este viernes llegaba la prueba de fuego del contacto cara a cara que, a todas luces, la presidenta mexicana ha evitado en este tiempo. Y así, no se produjo una reunión bilateral en el Despacho Oval, en la que Sheinbaum también se exponía a otro sorteo, en el que le podía salir una de las dos bolitas del bombo de la Casa Blanca: la de un encuentro cordial, pese a los ataques previos, como el del alcalde electo de Nueva York, Zohran Mamdani, o la de una encerrona al estilo de la del presidente ucranio, Volodímir Zelenski, que dio la vuelta al mundo en febrero pasado.

Estaba previsto un breve encuentro, en el que ambos líderes esperaban tratar temas de seguridad y comerciales; Trump ha impuesto aranceles del 25% a todos los productos que no están contemplados en el TMEC, además gravámenes del 25% a los automóviles, y del 50% al acero, el aluminio y el cobre. Se confiaba también en que Sheinbaum, que ya ha entregado a Washington en dos tandas a más de 50 de capos del crimen organizado, ofreciera una tercera tanda de envíos de narcos de las cárceles mexicanas a las de Estados Unidos.

Carney sí ha pasado por ese trago del Despacho Oval en dos ocasiones. En la primera de ellas, le recordó a Trump que “Canadá no está en venta”, y salió airoso en un clima hostil, abonado por el presidente de Estados Unidos desde antes de asumir el cargo, y por sus aspiraciones de convertir al vecino del norte en el Estado número 51 de la Unión.

El cambio de guion en las relaciones entre los dos viejos aliados ha despertado un nacionalismo dormido en Canadá, y ha alentado el boicot de productos estadounidenses y alterado los planes de muchos de sus ciudadanos de cruzar la frontera para ir de vacaciones o hacer negocios. De ahí la sorpresa que supuso la elección de la leyenda del hockey Wayne Gretsky, amigo de Trump y denostado en los últimos meses por sus compatriotas por su sintonía con el mundo MAGA tras décadas de vivir en Estados Unidos, para servir de cara del país en el sorteo.

Tras el largo ceremonial de los bombos y el reparto de los países por grupos, aún quedaba un último guiño al anfitrión de la ceremonia. Llegó con la actuación de despedida del acto, que corrió a cargo de Village People (o más bien, de lo que queda de la formación original de Village People). Interpretaron YMCA, la canción favorita del presidente de Estados Unidos. Este se puso en pie y despidió el espectáculo desde el palco de la ópera Kennedy Center, aplaudiendo y dando las gracias con los labios para que el mundo los pudiera leer sobre el estruendo del himno gay de la música disco.

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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal jefe de EL PAÍS en EE UU. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.
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