El fútbol vuelve al Camp Nou: socios veteranos y aficionados de la generación Montjuïc se reencuentran en Les Corts
El nuevo estadio del FC Barcelona acoge su primer partido oficial ante 45.157 aficionados

El Camp Nou, en pie y bufanda en mano, aguanta la emoción. Los jugadores salen del túnel de vestuarios mientras la voz del Cor Jove de l’Orfeó Català entona el Cant del Barça. De fondo, la música del himno se sincroniza con los fuegos artificiales, que alcanzan el hierro y cemento de la tercera gradería, prácticamente desnuda, y las grúas que decoran los alrededores del estadio. Tras el espectáculo, en un lateral, un homenaje a todos los socios. Dos de los socios azulgranas con más antigüedad, Juan Canela y Jordi Penas, también presentes hace 68 años en la inauguración del estadio en 1957, dan el saque de honor al partido. El FC Barcelona, 909 días después, 59 partidos lejos de su feudo, regresa a casa ante 45.157 aficionados. Remodelado y a medias aún, la afición abraza con cariño el Camp Nou, olvidando el año de retraso, las promesas de reapertura incumplidas y algunas polémicas. No perdonan la ausencia de la grada de animación, que reclaman entre cánticos, al igual que a Leo Messi, quien no pudo despedirse del Camp Nou.
La vida, más allá de los turistas que visitaban el museo y tienda del Barça durante estos dos años y medio, también ha vuelto al barrio de Les Corts. A las 12 ya había aficionados rondando los alrededores de los comercios, buscando dónde comer. La restauración, que había encontrado el refugio en la gente de barrio y en los obreros este tiempo sin fútbol, se ha vestido de gala y reapertura. En el Rellotge, bar donde la peña Dracs acostumbra a montar sus previas, corre el nerviosismo y las ganas de recuperar la “vida” mientras montan carteles con ofertas y una barra improvisada para servir cerveza velozmente.
Pronto se han llenado los bares de aficionados. Los azulgranas, protagonistas este sábado, compartían un mismo sentimiento: la ilusión del regreso a casa, y también la de mirar al futuro. “Va a ser el mejor estadio del mundo”, comparten varios. “Tiene la misma esencia”, aseguran otros sobre las obras. La mayoría, muy emocionados, incluso había quien confesaba haber derramado alguna lágrima. Las palabras se repiten, sin importar la edad, procedencia —de toda Cataluña, también de fuera— o género: “Es un día histórico”. Y todos quieren vivirlo.
Dos horas antes de empezar el encuentro habían empezado las colas, que llegaron a ser quilométricas a pesar de la perezosa hora. Socios desde hace décadas que apelaban a la nostalgia, jóvenes —herederos de la generación Montjuïc— que pisaban por primera vez el Camp Nou, y algunas familias con los padres explicándoles a sus hijos —que reclamaban a la mascota Cat— qué estaban viviendo. Pero también muchísimos turistas, algunos comprando entradas a última hora en taquilla —con precios poco populares, de entre 199 y 589 euros— y otros aprovechando la reventa que se formó en la puerta del Espai Barça.
Cuando los accesos se abrieron, los aficionados, rodeados de vallas que los separaban de las obras, cemento y vigas por colocar, entraron móvil en mano, grabando el estadio, y también su primera impresión. Dentro ya les esperaba la música y Joan Laporta, rebosante de felicidad en el palco, haciéndose fotos, victorioso. Las gradas fueron cogiendo color hasta la fiesta grande que empezó a las cuatro de la tarde, 15 minutos antes del pitido inicial, cuando Figa Flawas, música urbana y festiva para arrancar la tarde, convirtió el césped en un escenario. Los aficionados aguantaron la emoción con el himno, también con el saque de honor. El fútbol volvía al Camp para, en principio, quedarse.
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