Argentina: cuando el rival somos nosotros
Nunca soñé ponerme la camiseta para ganarle a otras generaciones de jugadores argentinos que habían tenido el mismo propósito que yo. Ídolos a los que no quería ganarles, sino parecerme


Se cumplió un año del triunfo de Argentina en Qatar y, aprovechando el recuerdo, volvimos al juego de las comparaciones. ¿Qué selección argentina fue mejor entre las tres campeonas del mundo? No debe extrañarnos esta pulsión competitiva entre nosotros. Mientras el mundo lleva veinte años sacándose el sombrero porque Argentina le dio al fútbol el último genio del S.XX y el primer genio del S.XXI, nosotros los seguimos comparando a la búsqueda de un ganador. Somos, además, los inventores de “La Grieta”, un abismo entre opuestos para que nadie tenga la tentación de estar de acuerdo con una obviedad propuesta por el otro bando político.
Volviendo al tema. Me niego a participar del juego porque rebatir o confirmar las opiniones me haría caer en un error que escapa a mi imaginario. Mi primera vida estuvo llena de sueños futbolísticos que no se quedaban cortos. Me imaginaba con la camiseta de Argentina compitiendo contra las mejores selecciones del mundo para demostrar nuestra condición de raza superior (el fútbol lo exagera todo, incluso la arrogancia) en la materia más popular que existe. Quería ponerme esa camiseta para defender nuestra cultura futbolística ante el mundo. Lo que jamás soñé fue ponérmela para ganarle a otras generaciones de jugadores argentinos que habían tenido el mismo propósito que yo. Ídolos a los que no quería ganarles, sino parecerme.
Es difícil comparar épocas y eso vale para lo individual y para lo colectivo. ¿Cuál fue la mejor selección argentina de todos los tiempos? Además de rechazar el juego creo que no sabría elegir. Lo que sé es cual es, para mí, la más importante: sin duda la del 78, la primera que nos hizo conocer la gloria de ser campeón. Desde ese momento salir segundos en cualquier gran evento, incluido un Mundial, fue considerado un deshonor. Aquellos héroes elevaron hasta el límite máximo el nivel de exigencia logrando que la camiseta pesara más en el alma del jugador argentino. Los siguientes campeones fuimos bendecidos por el talento, por la organización y hasta por la suerte, pero esto es equiparable a una goleada, el primer gol vale más que los demás. No es lo mismo explorar una tierra conquistada que una por conquistar. Así que, gracias compañeros de parte de todos los que vinimos después.
La generación del 78 tuvo que alcanzar la gloria dentro de un escenario político y social que manchaba todo lo que tocaba. También el fútbol. La historia de esos héroes lleva la carga de ese prejuicio. Pero aquella selección honraba el gusto argentino por el fútbol en un tiempo en que “La Nuestra” significaba algo. Del 86 solo diré que pusimos una piedra más en la historia con nuestro Diego al frente y un grupo que todavía hoy sigue unido como un gran equipo. No me dirán que no hay mérito humano en esto. De la campeona en Qatar no hace falta hablar porque las emociones aún están frescas.
Cabe hacerse otra pregunta: ¿Hay que ser campeón para que un equipo vea reconocida su excelencia? Hubo generaciones extraordinarias que no tuvieron el punto de suerte, se dejaron la vida en el empeño y lloraron su eliminación. Aquellos, nosotros y estos jugadores somos un único equipo que construimos la historia aportando todo lo que teníamos.
Dimos todo porque es un honor. Lo dimos con la fuerza del orgullo por defender algo tan nuestro como el fútbol. Ese es el mandato de nuestra historia para todos aquellos que, en el futuro, se pongan la camiseta sagrada. Y si toca salir campeón, festejar hasta la locura como hemos hecho tras la gesta de Qatar. Pero sin equivocarnos de rival y sin tocar, ni siquiera con una pluma, a quienes construyeron nuestra historia.
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