Colin Haley repta por el interior de una grieta para firmar la primera ascensión invernal en solitario al Cerro Torre
El alpinista estadounidense logra una escalada histórica a la emblemática montaña patagónica sin compañero y superando de forma surrealista los metros finales de la ascensión

Colin Haley decidió, tras contemplar su imagen en una revista, que el Cerro Torre (3.128 m) era la montaña más bella del planeta. Tenía doce años, y ahora, con 41, acaba de firmar la primera ascensión invernal en solitario de la cima patagónica. Se trata del capítulo más especial de una larga relación con el Torre (estrenada en 2007), cima que ha pisado en diez ocasiones, algunas de ellas tras firmar ascensiones únicas como la vía ‘Tiempos perdidos’, con Kelly Cordes, la Travesía del Torre, con Rolando Garibotti o la misma actividad, pero en el día, de la mano de Alex Honnold.
El Chaltén, la localidad solitaria que creció a los pies del Torre y del Fitz Roy para impedir que Chile se hiciese con sus tierras, se vacía en el invierno del hemisferio sur. No hay turistas, apenas abren los comercios, unos pocos esquían y casi todos emigran buscando otros trabajos o vacaciones al sol. El invierno en la Patagonia resulta tremendo para vivir. Impensable para escalar. Hace una década, el alpinista norteamericano Colin Haley, atleta de las firmas Patagonia y Scarpa, anunció que soñaba con escalar el Cerro Torre en solitario, y en invierno. Algunos pensaron que estaba loco, otros imaginaron que lo conseguiría: no en vano es uno de los grandes actores y conocedores de la historia alpina del lugar. El pasado 7 de septiembre, tras dos intentos frustrados en 2013 y 2023, se coló en la cima poco antes de las diez de la noche, iluminado por una luna incomparable. Allí, de pie sobre el hongo cimero, se sintió a años luz de cualquier atisbo de seguridad, así que sin gran ceremonia empezó uno de esos descensos que los alpinistas rápidamente convierten en una huida hacia la vida.
Aseguran los entendidos, que el Torre es una de las montañas más complicadas del mundo, en parte por la verticalidad que observan todos sus ángulos, en parte por el tiempo (y el viento) detestable que reina en la zona, y por el sombrero de nieve escarchada y hielo que protege su cima. La cima es un hongo blanco, como una bola de helado, y el resto, roca granítica anaranjada, parece un enorme cucurucho. Haley escogió la cara oeste y la vía ‘Ferrari’, abierta en 1974 por un equipo italiano: Ragni di Lecco. Aquella ascensión figura como la primera ‘verídica’ puesto que ya muy pocos creen que Cesare Maestri dijese la verdad cuando anunció, sin poder demostrarlo, un primer ascenso en 1959. La ‘vía dei Ragni’ tiene una particularidad: cuánto más alto escalas, más vertical se convierte el terreno, y la máxima dificultad se concentra en los últimos tres largos necesarios para superar el hongo. Allí, el viento acumula y moldea la nieve creando una suerte de escarcha inescalable, lo que obliga a los alpinistas a cavar túneles en la coraza endeble del hongo hasta alcanzar el hielo y poder protegerse. No es difícil: es agotador y aterrador. Legendarios resultan ya los piolets con ‘alas’, es decir, insertos de aluminio que permiten cavar en la nieve para poder usar, después, las hojas afiladas para progresar sobre el hielo.
Dos días después de iniciar el descenso, Haley regresó a la civilización. Vacío, roto, convencido de haber realizado una de las “cinco mejores ascensiones de su vida”. La logística de su hazaña resulta agotadora. Llegó a El Chaltén a finales de agosto y empezó a portear material montaña arriba hasta la base del Torre, es decir, a unos 45 kilómetros del pueblo: viajes de ida y vuelta interminables cada vez que el tiempo lo permitía, bajo un frío intenso. Solo para poder colocarse al pie de la verdadera ascensión, Haley pasó un calvario sin saber siquiera si daría con una ventana meteorológica favorable. Una vez en la vertical, el estadounidense se encontró con unas condiciones de hielo quebradizo y escarcha que no le permitían ni correr ni avanzar sin autoasegurarse, lo que ralentizaba aún más su progresión. Horas de esfuerzo y un gélido vivac en la parte alta de la montaña le colocaron al pie del hongo. Lo que vivió en su interior fue surrealista, tal y como explicó a la revista Climbing: la parte interna del hongo es glaciar, y mientras progresaba se topó con una grieta, único paso posible para seguir avanzando. Más bien reptando sobre una superficie helada del ancho de su pecho. Peleó encajado, desesperado por dar con una salida hacia la cumbre.
Pensó en el austriaco Markus Purcher, quien en 2016 pudo haberse convertido en el primer alpinista en escalar el Torre en solitario y en invierno. Pero no fue capaz de afrontar con seguridad los últimos 40 metros y renunció. Haley no quería fallar ahí, así que peleó desesperado durante dos horas y, finalmente, dio con el camino hasta lo más alto con la luna por única compañía. Mirando a izquierda y derecha se sintió como un náufrago, lejos de todo, incluso de la vida, así que inició con rapidez las maniobras de descenso. Enseguida, su cuerda se quedó atascada y tuvo que cortarla, lo que le obligó a efectuar incontables rápeles cortos para perder altura. Una desesperación que abordó con método, sin dejarse llevar por la frustración: nadie iba a ayudarle y no tenía a nadie a mano para lamentarse. La soledad tiene estas cosas: solo puedes enfadarte y frustrarte contigo mismo o apostar por la serenidad que concede el trabajo bien hecho pese a la fatiga y al deseo de sobrevivir.
Unos amigos le esperaban en El Chaltén para celebrar la gesta con un asado. Con las manos aún sucias, Haley se puso a teclear con furia un largo texto que colgó en su blog. Ciertas cosas merecen ser narradas con detalle. Especialmente cuando se aprende algo: “esta aventura me ha enseñado la importancia de la paciencia, la preparación logística y la capacidad de adaptarse a las condiciones cambiantes de la montaña. No fue un ascenso rápido ni ligero, sino una experiencia de resistencia, estrategia y compromiso”.
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