El rosa de Isaac del Toro brilla más intenso en la penúltima etapa de montaña del Giro de Italia
El ciclista mexicano controla y responde los ataques de Richard Carapaz en los últimos kilómetros y refuerza su liderato a falta de la etapa decisiva de Le Finestre


El Monte Rosa no es un monte, sino una cadena de montañas que a Reinhold Messner le recuerdan a su Himalaya a mitad de altura; no se llama Rosa por el color que tiñe su nieve, aún perpetua, el sol que amanece o se acuesta, sino, dicen los etimólogos de las toponimias, porque así le decían los romanos a los glaciares, pero, para los ciclistas, rosa solo significa Giro. Más aún, para México y para el mundo, rosa significa Giro y significa también Isaac del Toro, su Charro Rosa, que, un minuto después de que ganara la etapa el fugado Nicolas Prodhomme, esprinta espléndido para superar a Richard Carapaz por la segunda plaza (seis segundos de bonificación) en una recta como un callejón sin salida, pues parece que la carretera va recta a chocar con la montaña. No abre la boca ni cuando supera la penúltima prueba que le queda para ganar el Giro. Cruzada la línea, sin perder la seriedad, solo se preocupa de apretar el botón de off de su ciclocomputador. Una etapa más al contador.
Para él, un chamaco de 21 años, el rosa es una segunda piel, ya 11 días vistiéndolo, que cada día brilla más intenso, y es su reflejo quizás el que tiña a la montaña, y no el ocaso cuando muere la tarde que hierve, 30 grados a 1.500 metros de altitud verde, cabras monteses agarrándose con sus pezuñas a mínimos salientes de sal.
El rosa anuncia esplendor y no fin cuando al Giro le quedan dos días, uno de paseo, el domingo en Roma, otro de pelea, la montaña más alta (por primera vez se superarán los 2.000m), Le Finestre, con ocho kilómetros verticales sin asfalto. Todo puede cambiar en un instante, advierten los viejos, que luego añaden para contradecirse (no hay sabiduría sin contradicción) que según pasa el tiempo cada vez es más difícil que cambie algo. Los héroes están cansados, recuerdan; los rivales se conforman, y hasta parece que Carapaz, el único que aún encuentra energías y deseo cuando rebusca en los últimos pliegues de su alma, piensa más en conservar su segundo lugar en la general que en desbancar al joven Torito. “Estoy contento”, dice el ecuatoriano, que quizás piense ya en el peso de la edad, después de que Del Toro ni se inmutara para responder tranquilo a sus dos movimientos ofensivos, un pequeño empujón a 20 kilómetros de la meta, coronando el penúltimo de los cinco puertos, el Joux, y un golpe duro, a 7,5 kilómetros de la llegada, cuando solo quedaban dos de subida. “He sacado tiempo al tercero, Simon Yates, y eso está bien”.

Del Toro solo abre la boca para hablar por el pinganillo con Rafal Majka, el capataz de sus gregarios y, a veces parece, de todo el Giro, que dirige desde el primer puesto en el grupo de los mejores el baile de los trabajadores del pedal, los que siempre van delante mirando para atrás y garantizan la logística de la hidratación, de la comida, de la compañía, el giro de la rueda que aprovechan sus compañeros y la estrategia en las montañas del Valle de Aosta, luminoso y nítido dos veces al año, y una de ellas coincide que es el último viernes de mayo que agoniza, y el Giro visita. Alrededor del polaco que también arropó a Pogacar gira Igor Arrieta, joven debutante cada día más fuerte, que va en la fuga y para, coge bidones del coche y los reparte entre sus compañeros, Majka, McNulty, Del Toro cuando se deja alcanzar, y Pello Bilbao sube y baja según la moral y las fuerzas de sus Antonio Tiberi y Damiano Caruso, y Castroviejo siempre con Egan. Prodhomme ni para ni piensa más que en él. Es gregario convertido en líder por un día, el más fuerte de los 40 fugados, el más hábil. Empuja la bici con todo su cuerpo tras las motos que dejan estela, agarrado el coche que le da bidones, suda y gana, y recuerda que tiene 28 años y que esta etapa del Giro es solo la segunda victoria de su vida. La primera fue en Austria, en Linz, hace un mes justo. Iba en fuga mano a mano con su jefe en el Decathlon, un jovencito francés de 18 años llamado Paul Seixas del que todos hablan maravillas, y al llegar a la meta le pidió: “Paul, tú vas a ganar muchas carreras en tu vida, eres un campeón; déjame ganar aquí”.
Del Toro no abre la boca ni para respirar cuando responde a Carapaz, de 32 años, y le descorazona al ecuatoriano que en carreteras cercanas del mismo valle dejó clavados a Roglic y a Nibali para ganar su Giro hace seis años. El mexicano, 11 años más joven, ya lo ha dicho antes de salir y cumple: “Estaré donde hay que estar; aguantaré, sin duda”. Calcula, mide el tiempo, la fuerza, decide. Nada se escapa a su control. Deja pasar tres segundos que parecen un siglo antes de pegarse a su rueda cuando el campeón olímpico de Tokio se mueve por primera vez. “Miré a Simon Yates y él me miró a mí como diciendo, te cedo el paso, y fui”, explica luego el líder del Giro y probable ganador en Roma. “La segunda vez ya le dio fuerte y yo tenía piernas y le seguí. Luego se trataba solo de no arriesgar en la bajada, de no caerme, y de conseguir solo la bonificación…”
Como un sofisticado mecanismo explosivo, Del Toro controla perfectamente los mecanismos que le permiten ser más rápido que nadie, pero no los efectos que provoca su explosión: la Toritomanía que asola Europa y el mundo, que invade México, le asusta, la teme. Hasta el Valle de Aosta recóndito le ha llegado el mensaje de Claudia Sheinbaum, la presidenta de México: “Le echamos porras [animamos] con todo nuestro cariño. Que le lleguen las mejores vibras y el reconocimiento de todo México”. Se lo recuerdan en la rueda de prensa y él se pone colorado. “Es increíble. Para ser sincero, no me lo puedo creer. Toda la gente de mi país empieza ahora a ver el deporte y lo duro que es. Pero esta sensación es increíble. No puedo creer que yo sea el tipo que representa a su país. Tienen que enviar otro mejor, creo. Yo solo quiero ser un chico normal”.
Quizás sin querer, Egan Bernal, que es, junto a Nairo Quintana, el patrón del ciclismo latinoamericano, haya incrementado la presión que sienta cuando ha afirmado. “No sé quién ganará, Richard o Isaac, los dos son muy buenos. Lo importante es que gane un latinoamericano”. Ya no es solo México, es todo un continente el que tifa por un ciclista de Ensenada que prefiere la bicicleta a la tabla de surf.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
