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Caleb Ewan cumple el pronóstico en su única opción de ganar al esprint

Maximilian Schachmann sigue de amarillo en vísperas de que la Itzulia empiece a entrar en ebullición

Caleb Ewan
Jon Rivas

Se manifiesta Miguel Indurain, ciclista del Olimpo, en carne mortal en la plaza del Ayuntamiento de Pamplona, y con una frase le monta una campaña de publicidad gratuita al Gobierno de Navarra, que es, dice, “un paraíso para andar en bici”. No le hace falta a María Chivite, la máxima autoridad foral, contratar páginas en los periódicos o cuñas en las radios, o hacer un concurso público entre influencers o tiktokers, que allí está Indurain, divino y humano a la vez, para promocionar las rutas ciclistas del Baztan a la Ribera; del Roncal a la Tierra Estella.

Y habla de los ciclistas que ve pasar camino de Lodosa, donde el último kilómetro de los 157,5 del recorrido, comienza en el puente sobre el Ebro, caudaloso y turbio, aunque manso, en un día de primavera, ni frío ni calor. “Si no tienen aire, van a poder rodar bien y disfrutar de la bici”, comenta, aunque él ya sabe que los profesionales siempre sufren, y se trata de administrar ese sufrimiento. Gana quien aguanta mejor el dolor, salvo que sea Pogacar, que parece disfrutar cuanto más sufren sus rivales, o el Indurain de sus buenos tiempos, humano y divino; extraterrestre como le llamó Laurent Fignon y replicó la portada de L’Equipe después de una exhibición en Bergerac.

Miguel también sufría, claro, aunque disimulara mejor que los demás, hasta que dejó de hacerlo en Les Arcs. Como sufrían en la calzada que corta a cuchillo los sembrados de pimientos del piquillo, los cinco ciclistas que, desde el principio hasta casi el final, soñaron con una proeza. Un austríaco Bayer, y cuatro españoles: Isasa, Arriolabengoa, Fernández y Uriarte. Pero siempre sobra ese casi, y cuando las piernas dolían ya muchísimo y el pelotón se acercaba, decidieron sufrir un poco más, soportar como pudieran ese dolor en los músculos, inundados de ácido láctico, cuando observaron muy de cerca que nadie se ponía de acuerdo en ese ejército de Pancho Villa, que es lo que parece un pelotón en el que se mezclan los intereses y los uniformes.

Y entre ellos, Xabier Isasa, guipuzcoano de Urretxu, 23 años y corredor del Euskaltel, fue quien decidió sufrir más, y apurar al máximo sus opciones, justo cuando atrás, una caída perturbaba el desordenado orden del grupo. ”Afortunadamente, los muertos eran de Tercera”. La frase, dicen, se escribió en un periódico barcelonés, en la crónica que relataba un accidente de tren en el que fallecieron dos decenas de personas. Puede que se trate de una leyenda urbana, porque también en el Reino Unido circula una versión inglesa de esa frase. Posiblemente, nunca se escribió así, aunque cualquiera sabe. Y, sin embargo, en el mundo del ciclismo no es inusual hacerlo, aunque, no se emplee la frase en cuestión. Basta ver cualquier caída en carrera, cualquier montonera, y como todos los aficionados y sobre todo los periodistas, escarban entre los damnificados para encontrar a alguno de los favoritos. Y todos respiran tranquilos si entre quienes se frotan el trasero, se sujetan la clavícula o tratan de desenredar la bicicleta entre el amasijo de máquinas convertidas en el cajón de los saldos de un outlet, no aparece ninguna cara conocida ensangrentada, o un dorsal que acabe en uno, el número que identifica a los líderes. Y si hay alguno, que no sea de uno de los equipos importantes.

Es una reacción muy humana olvidarse de los demás, los figurantes del pelotón, que parece que están ahí para hacer bulto y no, como suele suceder casi siempre, para hacer el trabajo que les ha encomendado su director. Y no es justo, porque esos ciclistas también tienen padres —y sobre todo madres—, a quienes se les encoge el corazón cuando ven rodar en el asfalto a sus seres queridos. Son gajes del oficio, ya se sabe, pero los anónimos de la carretera parecen a veces deportistas de usar y tirar.

Pero ni la caída perturbó la implacable acción del pelotón, que cazó a Isasa a dos kilómetros. “Tenía que haberlo intentado antes, me equivoqué, estaba con piernas”, comentaba después. Pero ya cazado, en la curva sobre el Ebro, el Ineos de Caleb Ewan, el favorito desde la salida, ya tenía controlada la situación. El único llegador puro del pelotón no falló en la única llegada de la Itzulia que le venía bien. “Tenía mucha presión porque todo el mundo me señalaba como vencedor, pero la superé”.

Max Schachmann, con algún problema, conserva el amarillo, aunque le pilló el corte de la caída, cuando el pelotón, en sus propias palabras, hizo la lavadora.

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Sobre la firma

Jon Rivas
En EL PAÍS desde 2018, estudió Ciencias de la Información en la UPV. Trabajó antes en La Gaceta del Norte, La Tribuna de Marbella, Deia, Gaur Exprés, Diario 16 de Málaga, Claro, El Mundo, durante 26 años, en los que cubrió 17 Tours de Francia, 6 Vueltas a España y 4 Giros de Italia. Ha escrito nueve libros, todos ellos relacionados con el deporte.
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