

El Valencia Basket se despide de la Fonteta después de 38 años y cerca de mil partidos
Roberto Íñiguez, Víctor Luengo y Alfonso Castilla rememoran la historia del pabellón en vísperas del desenlace de la Liga ACB frente al Madrid


Roberto Íñiguez avanza por el Camino de Santiago hacia Santo Domingo de la Calzada con una mochila a la espalda y la paz metida en el pecho. El vitoriano, exjugador y ahora entrenador, fue el más destacado en el primer partido de la historia del Pamesa Valencia en el pabellón de la Fuente de San Luis, el 12 de septiembre de 1987. Un encuentro contra el Salesianos Las Palmas, en Primera B, en el que el base metió 15 puntos. Casi 38 años más tarde, el equipo está a punto de disputar frente al Real Madrid su último partido (este miércoles, 21.15, Movistar+), el número 1.007, o el penúltimo (si ganan, el viernes jugarían el cuarto en la final de la ACB), en este recinto inaugurado en 1983 en un barrio obrero de Valencia.
Aquella temporada, la 87-88, acabó con el ascenso del Pamesa a la Liga ACB. Íñiguez jugaba en aquel equipo dirigido por Antonio Serra. “Tengo muy buenos recuerdos. Me encontré con muy buen ambiente y gente muy positiva. Eso sí, sufrí mucho con el calor. La Fonteta de entonces no tenía nada que ver con la de ahora. Solo mantiene el sitio”.
Íñiguez se reencuentra cada verano con veteranos seguidores. “La gente de aquel Pamesa es muy fiel al equipo. Es gente que te recuerda con cariño y que se acuerda del boom cuando el club fichó a Brad Branson, Johnny Rogers, Salva Díez… Era una época en la que la afición animaba zapateando contra el suelo, un sonido muy característico de la Fonteta”, explica este hombre de 57 que después volvió al pabellón como técnico de la cantera y, ya en el baloncesto femenino, como entrenador del Ros Casares que se proclamó campeón de Liga y de Europa.
Aquel Pamesa ascendió a la ACB el 4 de mayo de 1988 en un partido histórico. Ese día, después de un mate a aro pasado de Jerry Herranz frente al Santa Coloma, el público, 5.000 hinchas y tres bandas de música, invadió la cancha. Entre los aficionados estaba un chico de 14 años llamado Víctor Luengo que después de 15 temporadas en el club —13 de ellas como capitán— se convertiría en leyenda. “Yo entré como cadete la siguiente temporada y aquí sigo 37 años después. Era un pabellón muy diferente. La cancha estaba arriba rodeada por una pista de atletismo y un día los atletas hasta nos tiraron huevos en señal de protesta”, dice Luengo, hoy director de relaciones externas del club.
El valenciano no olvida su debut profesional en la Fonteta en noviembre de 1992. Luengo llegó al partido contra el Joventut después de pasar la mañana estudiando en casa de un amigo. El ayudante de Manu Moreno, Fernando Jiménez, llamó a casa y le dijo a su padre que iba a debutar. “Cuando llegué al pabellón con la mochila, vi que me había dejado las zapatillas en casa de mi amigo. Mi padre se fue corriendo a por ellas y yo, mientras, calenté con unas de un compañero. La suerte que tuve es que mi padre me las trajo al descanso y no entré hasta la segunda mitad”.

Luego vino la remodelación del pabellón, eliminando la pista de atletismo, bajando la cancha y ganando un anillo en el graderío. Ese año se hizo un equipo con muchas aspiraciones y el día de la presentación organizaron un concierto de Revolver en el que los jugadores subieron al escenario. Luengo, 51 años, un emblema de la Fonteta, lleva días rumiando la despedida. “Me da pena. Es como pasar de casa de tus padres, donde vives cómodo y feliz, a una casa más grande y más chula con tu pareja, pero donde no sabes si tendrás la calidez de la anterior. Yo, aquí, me conozco todos los rincones”. La próxima casa del Valencia Basket será el gigantesco Roig Arena.
Otro que lleva toda la vida ahí dentro es Alfonso Castilla, el delegado del primer equipo desde hace 30 años. Llegó hace 33 como utilero, cuando todos le llamaban Alfonsito, y ahora es un hombre muy respetado en la ACB. “Tenía 17 años y cuando me metí, en 1993, Fernando Jiménez me llevó al vestuario el primer día, me presentó a Pablo Martínez —el fisioterapeuta fallecido en 2024, con 53 años— y me dijo que intentara hacerme imprescindible. No me lo creía. Ahí dentro estaban mis ídolos: Juan Carlos Barros, Víctor Luengo, César Alonso, Brad Branson…”. Castilla, al principio, iba de casa al pabellón en una bicicleta. Después, en una modesta Derby Variant. “Y a veces, como vivíamos en la misma calle del barrio de San Marcelino, me llevaba un jugador, JJ Llamas”.
Su recuerdo más especial es el día que el Valencia Basket ganó su único título de Liga, en 2017. Entonces, como en 1988, el público invadió la cancha mientras Castilla intentaba llegar hasta su mujer para darse un abrazo. Este hombre de club trataba de esquivar a los aficionados que se cruzaban, como una mujer que le dio dos besos y que, en una tarde muy calurosa, le dejó todo el rostro lleno de maquillaje. “Me da muchísima pena dejar la Fonteta. Aquí he pasado mi vida. Aún me acuerdo de cuando la cancha estaba más arriba y tenía que dar toda la vuelta a la pista de atletismo para subir las cajas de agua por las pistas de squash. En mi llavero tengo todas las llaves del pabellón. Esta es mi casa”.
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