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Hellen Obiri y Benson Kipruto se imponen en el maratón de Nueva York en la despedida de Eliud Kipchoge

El más grande maratoniano de la historia, dos veces campeón olímpico y plusmarquista mundial, disputa su último ‘major’ en la Gran Manzana en vísperas de cumplir 41 años

Carlos Arribas

Para Hellen Obiri, que ataca feroz a Sharon Lokedi en el último kilómetro por las cuestas de Central Park soleado, el tiempo es el objetivo. La conquista acaba allí, en la victoria que consigue, su segundo triunfo en el maratón de Nueva York a los 35 años, en el récord de la prueba hacia el que le empujan la brisa de la Quinta Avenida mientras sigue pegada a su espalda la zancada de su rival y compatriota keniana, y el deseo. También lo alcanza: 2h 19m 51s, la primera mujer que baja de 2h 20m en uno de los maratones más duros, 42,195 kilómetros por Staten Island, Brooklyn, Queens, el Bronx y Manhattan por la Primera Avenida atravesando Harlem, puentes curvos, cuestas, y sin liebres, ni masculinas ni femeninas. Sol frío. Ni una nube. 13 grados. “Ha sido un juego mental”, dice la atleta keniana que se entrena y vive en Boulder, en las Montañas Rocosas de Estados Unidos. “Cuando iba detrás de Lokedi me iba diciendo, paciencia, paciencia, espera a tu momento, espera a Central Park”.

Detrás de ella, más de 55.000 corredores invaden la Gran Manzana.

Los hombres, que partieron media hora más tarde que las mujeres, empiezan a llegar poco menos de 20 minutos después. Para Benson Kipruto, que lidera la carrera los últimos kilómetros por la Quinta Avenida bordeando Central Park y su lago, los robles ya virando de rojo a amarillo sus hojas, otoño tardío, el tiempo es un bien que se le escapa mientras pelea por despegar de su zancada al pegajoso rival Alexander Mutiso, el ganador en Londres en 2024. Le come la impaciencia y la ansiedad que sufre aquel que intenta despegarse un trocito de pegatina de un dedo agitándolo una y otra vez. Aceleración. Cuesta. Respiro. Vuelve la cabeza. Mutiso sigue ahí. Y cuando cree que lo ha dejado atrás en la cuestecita de los últimos 200 metros, y se relaja, y se prepara para sonreír a la foto del vencedor, Mutiso sigue ahí. Y casi lo atropella cuando los dos se echan simultáneamente sobre la cinta que sostienen dos voluntarias agitadas. Los dos levantan los brazos. Los dos marcan el mismo tiempo: 2h 8m 9s. La victoria se le concede por tres centésimas a Kipruto, keniano de 34 años que también habla con su ser mientras sufre. “Me iba dando moral a mí mismo, gritándome, dale, que tú puedes, dale”, dice el corredor después de convertirse en el fotofinish en el primer maratoniano que gana en Boston, Chicago y Nueva York, los tres majors que se disputan en Estados Unidos, a parte de una victoria también en Tokio.

Esta estadística tan norteamericana es quizás la única en la que un maratoniano supere a Eliud Kipchoge, el más grande de la historia, que se había apuntado a disputar el de Nueva York, solo dos meses después de su estreno en el major de Sidney, sencillamente para poder decir que es uno de los 4.500 atletas que han terminado los siete majors, un hall de la fama popular y envidiado. Kipchoge cumplirá el miércoles 41 años. Ha ganado 11 majors (cinco Berlín, cuatro Londres, un Chicago y un Tokio) y dos Juegos Olímpicos, Río y Tokio. En Nueva York, donde termina 17º (2h 14m 36s, el primero de los 26 que ha disputado en su vida en el que no ha bajado de 2h 10m, aparte de su retirada a mitad de camino en el maratón olímpico de París), dice hola, pues debuta en la Gran Manzana, y dice adiós, pues anuncia que no correrá más majors, que seguirá buscando sus límites, su única motivación, en pruebas más extremas, quizás un maratón en la Antártida o 50 kilómetros por el desierto de Arabia Saudí.

Kipchoge, rodeado de atletas blancos cuando, en la media maratón Kipruto y compañía aprietan el paso, no persigue el tiempo. Lo deja huir sabiendo que nunca lo alcanzaría. Su tiempo es ya el pasado aunque corre vestido de futuro, con un hábito de mangas largas hecho de un tejido similar a las redes finas de los pescadores; sigue los gestos de los nuevos maratonianos, acostumbrados a correr cientos de metros después de cada avituallamiento llevando en la mano la botella de los carbohidratos que agotan en pequeños sorbos para no incomodar al estómago; lleva las zapatillas más atómicas. Su marcha por las avenidas más cinematográficas entre un público bullicioso y festivo que, cuando marcha solo, los últimos 15 kilómetros, le aclama más que a Kipruto, Mutiso y demás esforzados, es también el trávelin de su historia en el maratón, un trozo de la historia de la disciplina, que comenzó en abril de 2013, su primer maratón, Hamburgo, su primera victoria (2h 5m 30s). En su segundo, cinco meses después, queda segundo en Berlín (2h 4m 5s) detrás de su compatriota Wilson Kipsang, que bate el récord del mundo (2h 3m 23s). Desde entonces, en un torbellino desatado por su zancada incansable, casi frenética, su sonrisa zen, su vida monacal, más de 20 maratonianos han bajado de ese récord. Y Kipchoge, que batió el récord del mundo dos veces y lo dejó en 2h 1m 9s en 2022, lo hizo en seis ocasiones, más que ninguno, más que Kelvin Kiptum, el que debería ser su heredero, llamado a bajar de 2h, que dejó el récord mundial en 2h 35s a los 23 años y murió a los 24 en un accidente en febrero de 2024. Para entonces, Kipchoge miraba ya más a la historia que al futuro hacia el que él mismo había acelerado más que ninguno, la revolución tecnológica de las zapatillas, la nutrición, la especialización en maratón ya desde jóvenes, sin esperar a agotar su ciclo en la pista, las oleadas de dopaje que sacuden Kenia regularmente. Y siempre, el Valle del Rift. El amanecer en las pistas de barro rojo. La soledad.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.
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