El día que Jonathan Edwards entró en la historia con el salto perfecto
Se cumplen 30 años de la tarde en la que el británico batió por dos veces el récord del mundo de triple en una jornada apoteósica durante el Mundial de Gotemburgo


Si Neil Armstrong pronunció aquello de “Un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad” cuando puso un pie en la Luna en el verano del 69, Jonathan Edwards bien podría haber dicho algo así como tres pequeños pasos para el hombre y un gran salto para la posteridad en el verano del 95. El 7 de agosto de ese año, en un estadio Ullevi, en Gotemburgo (Suecia), abarrotado por el público que seguía la tercera sesión de tarde del Campeonato del Mundo, el británico, que entonces tenía 29 años, hizo dos saltos que supusieron sendos récords del mundo. El segundo, 15 minutos después del primero, sigue siendo una plusmarca intocable 30 años después. Aquel salto de 18,29m, el primero por encima de los 60 pies de los anglosajones, ya ha resistido tres décadas.
“Aquello se acercaba a la perfección”, rememora Ramón Cid, triplista olímpico y entrenador, una institución en esta especialidad. “Aunque más perfecto aún fue el salto de 18,43m que hizo en Lille unos días antes y que quedó invalidado para el récord por un viento excesivo (+2.4m/s)”. La vida de Jonathan Edwards, el hijo de un vicario de la iglesia bautista y un estudiante que fue reconocido con el máximo galardón académico y deportivo de su escuela, la medalla Fortescue, cambió en ese 1995. La temporada anterior contrajo el virus de Epstein-Barr y luego sufrió lo que se conoce como el síndrome posviral. “Me sentía deprimido física y mentalmente”, explicó tiempo después.
Al año siguiente, resurgió y el verano de 1995 resultó apoteósico. El 11 de junio batió el récord británico por primera vez (17,58m). Dos semanas más tarde, en Lille, durante la Copa de Europa de Naciones, llegó aquel concurso fastuoso falseado por el viento excesivo donde saltó 18,43m y 18,39m, pero también 17,72m con viento válido, otro récord nacional. Su primer récord del mundo tuvo que esperar hasta el 18 de julio, en España, en la pista salmantina del Helmántico, donde saltó 17,98m y desbancó por un centímetro al estadounidense Willy Banks, aquel saltador que se hizo muy popular porque entraba en la pista escuchando música en unos auriculares, algo nunca visto, y armaba un buen show cada vez que se colocaba en el pasillo de saltos.
Luego llegó aquel 7 de agosto que el mundo de atletismo no recuerda porque Gwen Torrance venciera a Merlene Ottey en la final de los 100 metros ni porque Dan O’Brien se proclamara campeón en el decatlón. Los dos saltos de Edwards lo eclipsaron todo. Antes de las seis de la tarde, en poco más de 15 minutos, un par de récords del mundo: el primer salto de la historia por encima de los 18 metros (18,16m) y el vigente récord del mundo, 18,29m, como pasar de un lado al otro del círculo central de un campo de fútbol con solo tres impulsos.
El siciliano Claudio Veneziano, responsable del sector de saltos de la federación española, había llegado en enero de aquel año a Castellón por amor y aquel 7 de agosto no vio el concurso en directo. “Pero luego lo he visto mil veces y lo tengo más que examinado. Jonathan Edwards supuso un antes y un después. Entonces estábamos acostumbrados a perfiles de saltadores muy diferentes, más fuertes, más potentes, pero él era un blanco normalito: ni muy alto ni muy fuerte. Ese blanco normalito nos enseñó que se podía ser un atleta estratosférico sin tener lo que cualquiera pensaría que tienen los superatletas. Un caso parecido al del pertiguista Mondo Duplantis ahora mismo”.
La gran virtud de ese segundo intento fue la manera en que consiguió minimizar la pérdida de la velocidad en cuanto el pie (dos veces seguidas el mismo y el contrario a la tercera) rebota contra el suelo. En la batida, lo que se conoce como el hop, llegó hasta los 6,05m, en el step avanzó 5,22m y en el jump, donde quizá marcó las diferencias, voló 7,02m hasta caer en la arena y levantarse con ligereza mientras alzaba los brazos mirando al graderío. “La clave está en conjugar el rebote con el avance. Esos 7,02m son la demostración de que llega muy rápido a ese tercer impulso, perdiendo muy poca velocidad. Muchos grandes saltadores se pierden en un segundo salto infinito, que es precioso porque transmite sensación de ingravidez, que no acaba nunca, pero ahí se pierde velocidad”, apunta Cid.
El récord no solo sigue en pie sino que muy pocos han podido acercarse. El único que volvió a pasar de 18,20m fue el estadounidense Christian Taylor (18,21m). El siguiente en amenazar la plusmarca ha sido el español Jordan Díaz, el oro olímpico en París, que saltó 18,18m para proclamarse campeón de Europa en Roma, el año pasado, sobre una tarima flotante que favorecía los impulsos. “Al único que veo capaz de batirlo, si le respetan las lesiones, es a Jordan”, augura Veneziano.
Cid parece recordar cada segundo de aquel salto de Edwards, cómo miró hacia el foso antes de saltar con el dorsal 539 colgando de su camiseta azul y la convicción con la que corrió hacia la tabla, impulsándose sobre aquellas zapatillas con clavos blancas y negras de Puma. “Hizo una interpretación del triple perfecta. Después vinieron muchos que rebotan tanto como él pero que no son capaces de mantener la velocidad como el inglés, un personaje fantástico, que saltaba muy poco en los entrenamientos para proteger sus tobillos y que tenía una fuerza relativa muy grande. Era muy liviano —medía 1,82m y pesaba 71 kilos— pero tenía una fuerza relativa enorme y esa capacidad de saltar de los canguros, de tendón, muy elástica. Creo recordar que levantaba 140 kilos de cargada, que es mucho”.
Al inicio de su carrera, Edwards se hizo famoso porque, hombre de fuertes convicciones religiosas, se negaba a saltar los domingos, una decisión que le llevó a perderse un par de finales. Luego accedió a competir cualquier día y, más adelante, ya retirado, el hombre de ciencia —estudió Física en la Universidad de Durham—, más racional, acabó imponiéndose al de la fe y se declaró “agnóstico, pero prácticamente ateo”. Edwards ganó otra medalla de oro en un Mundial y no logró ser campeón olímpico hasta Sídney 2000. Ahora, ya con el pelo blanco y 59 años, sigue vinculado al atletismo como comentarista de televisión y comprobando que nadie puede con su récord.
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