

Frankfurt, otro infierno para el Barcelona
El partido de Europa League de esta noche será una prueba de fuego para el aficionado con algún trauma mal resuelto, pero, sobre todo, para un equipo que lleva varias semanas en estado de gracia


Reconozco que me asustan las águilas en los escudos de cualquier equipo de fútbol, probablemente porque pertenezco a una generación que aprendió a temer el regreso de las rapaces a los símbolos nacionales y cosas por el estilo. Somos los mismos, por cierto, que asociamos los estadios alemanes al mismísimo infierno, herencia de unos titulares de prensa que nos prevenían sobre el ambiente diabólico que generaba el público germano y que tanto temíamos en España donde -curiosamente, vaya por Dios- teníamos los fondos de casi todos nuestros estadios decorados con simbología nazi: a saber qué dirían de nosotros aquellos pobres alemanes.
Así las cosas, el partido de esta noche será una auténtica prueba de fuego para el aficionado con algún trauma mal resuelto, pero, sobre todo, para un equipo que lleva varias semanas en estado de gracia y se acerca, inexorablemente, al momento del batacazo. Podría ser hoy, el próximo domingo o la temporada que viene: nadie lo sabe. Pero en algún momento tendrá que llegar -es ley de vida- y será entonces cuando, de verdad, conozcamos de qué pasta están hechos el equipo de Xavi, el club de Laporta y el corazón de esos culés que siguen sin tomarse en serio las enseñanzas de Johan Cruyff. “En mi vida he tenido dos grandes vicios: el fútbol y el tabaco”, decía el holandés en aquel anuncio que rodó nada más sufrir un infarto. “El fútbol me lo ha dado todo. En cambio, fumar, casi me lo quita”. Con esto quiero decir que tan peligrosos son el colesterol o los malos hábitos como los instigadores del anticruyffismo, ahora agazapados a la espera de que llegue su momento. Y si algo les sobra -los conocemos bien- es dinero y paciencia, así que convendría no confiarse.
Ahora todos somos Pedri: cómo para no serlo. Pero en cualquier momento podríamos volver a ser Neeskens, Popescu, Paulinho o Groot: cualquier cosa con pinta de tronco que nos confiera una cierta seguridad física, un poste al que amarrarse cuando arrecie la tormenta y todas las desconfianzas vuelvan a centrarse en los bajitos, en los esmirriados y en los talentosos. “Porque he vivido lo canto”, que decía el ballenato aquel. La suerte del barcelonismo moderno es que todas estas enseñanzas están recogidas en canciones, justo en un momento donde hemos desarrollado cierto vínculo con Spotify y quién sabe: tampoco parece que tengan previsto algún tipo de descuento por besarse el escudo, ni nada parecido, pero colaborar de cualquier manera en insuflar oxígeno a la maltrecha salud económica del club siempre reconforta.
Por cierto: como el Benfica, los alemanes del Eintracht de Frankfurt también tienen un águila como mascota, no solo como escudo. Una de verdad, quiero decir, no como aquel peluche neoliberal de Los Angeles ‘84. Y eso sí que da miedo porque, lo he comprobado, el pajarraco en cuestión tiene más envergadura que media plantilla del Barça y de nombre le han puesto Attila. La última vez que el Barça se enfrentó a los ‘Hunos’, en Kaiserslautern, se salvó de milagro gracias a un cabezazo in extremis de José Mari Bakero. Aquella noche conocimos algunos culés el significado de la épica, una palabra que nos infundía pavor por asociarla al diccionario propio del gran rival. Confiemos, pues, en la ética que, como el cruyffismo y como la vida misma, siempre ha sido más una cuestión de querer que de creer.
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