Xavi Hernández, ideas redondas como un balón
Si se trata de tener convicción, el Barça acaba de comprar toda la que había en el mercado


Dos soluciones. Pensé que Hazard y Benzema, nacidos el uno para el otro, formarían una pequeña sociedad bella y eficaz. Aquello se rompió por la no comparecencia de uno de sus miembros. Pero debe ser verdad que el roce hace al cariño. Vinicius y Benzema, que empezaron la relación con indiferencia e incluso algún conflicto, han terminado por encajar a la perfección en el puzle de Ancelotti. Solo parecían compartir una acusación: les falta gol. Uno joven y el otro maduro, uno acelerado y el otro pausado, uno enfocado en la portería y el otro más panorámico, pero los dos con inteligencia para convertir en complementarios sus respectivos talentos. Frente al Shakhtar, con el equipo muy apagado, se hicieron cargo del resultado con dos jugadas relampagueantes: Vinicius en la asistencia y Benzema en el gol. Dos nuevas razones para que la cooperativa se convierta en el matrimonio futbolístico más desequilibrante de Europa.
Dos problemas. La eficacia del matrimonio disimula otros problemas. Durante años, la línea de flotación del Real Madrid estuvo en el centro del campo. Gente sabia y con una profesionalidad emocionante se hacía dueña de los partidos. Casemiro, Kroos y Modric han demostrado una energía hercúlea y tal sentido del deber, que son capaces de cavar zanjas en mitad del partido si es preciso. Pero también Hércules pagó el paso del tiempo, y se empieza a tener la sensación de que esta temporada se les puede hacer muy larga si Ancelotti no empieza a dosificarlos con inteligencia. Y aquí entramos en el meollo de la cuestión. Frente al Shakhtar, un partido crítico para no alejarse del primer puesto del grupo, el equipo se mostró desajustado, titubeante, seguramente cansado. Si Ancelotti decidió que ningún centrocampista del banquillo saliera a darle auxilio al equipo, es porque prefiere a cansados conocidos que a descansados por conocer.
Correr y jugar. Por ahí se corre mucho y, a veces, hasta bien. Esta semana ni siquiera el Atlético, que tiene excelentes jugadores pero que va por la vida de macho peleón, pudo salir de la pegajosa telaraña que producía la presión del Liverpool ni de la avalancha de fútbol que llegaba inmediatamente después. La expulsión no es excusa, porque fue en igualdad de condiciones cuando vimos al Atlético más perplejo por las imparables oleadas de su rival. Si el equipo más intenso de nuestra Liga es sometido hasta ese punto, llegó el momento de ponernos a pensar. Empezando por reconocer que a los futbolistas españoles les va a costar alcanzar la calidad atlética que muestran el fútbol inglés, alemán o francés. Pero conviene recordar que todos los males del Atlético comenzaron en las pérdidas continuas. Quizás estemos olvidando que nuestro campeonato se hizo grande porque tenía, con la pelota, la misma convicción que otras Ligas ponen en correr.
Esperando a Xavi. Si se trata de tener convicción, el Barça acaba de comprar toda la que había en el mercado. Xavi Hernández debería llegar a Barcelona con una pelota debajo del brazo. Y, como aquel jugador uruguayo de los sesenta, preguntar: “¿los equipos españoles tienen balones? Porque esta va a ser para nosotros solos”. He visto jugadores más rápidos, más hábiles, más desequilibrantes, pero nunca vi a nadie que, como él, controlara los partidos como le diera la gana. Si por razones físicas estaba al ochenta por ciento, lograba que el equipo entero jugara al ochenta por ciento. Gobernaba los partidos como si fuera su propietario. Ahora le toca hacerlo por personas intermedias y el balón seguirá siendo la obsesión de la que nunca se va a curar. Por fin el Barça ha tomado una decisión inteligente desde la que reconstruir un proyecto agonizante. Entregarle el equipo a alguien con las ideas claras como el agua y redondas como un balón.
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